domingo, 22 de mayo de 2016

Europa desde una butaca: Un Domingo Cualquiera

Lo primero que veo en la habitación es una pareja de chinos comiendo golosinas y jugando un juego de cartas. Y luz, mucha luz. Vuelvo a calibrar la mirada. Veo una pareja de chinos comiendo golosinas y jugando un juego de cartas. Y luz, mucha luz. A pesar de mis previsiones optimistas me levanté liquidado y con resaca. Me voy a bañar. Las cosas no mejoran. Me olvido la ropa que me iba a poner para el día y la tarjeta de entrada en la habitación (El baño no era ensuite). Golpeo la puerta a ver si estaban los chinos comegolosinas ludópatas. No responde nadie. Tengo que bajar cuatro pisos en toalla a la recepción a pedir una tarjeta. Efectivamente los chinos ya habían liberado la habitación. Al día siguiente me daría cuenta que también había olvidado el jabón en el baño.

Desayuné un café bastante frío (Raro, dado el buen servicio que tenía el hostel) mientras diagramaba un recorrido turístico que modificara la muy pobre imagen que tenía de la ciudad de Frankfurt, que lo único que tenía para mostrarme hasta ese momento era una estación de tren para nada agradable y una zona roja que invitaba mas al ilícito que al pecado. En camino a zonas mas atractivas visualmente, el andar, el escenario a lo largo de la vera del río Main (Meno según Wikipedia), mas el clima soleado, pero gentilmente fresco generó un entorno propicio para la reflexión. Después de haber apreciado la majestuosidad histórica del Olímpico de Berlín, haber vibrado con el fantástico ambiente en Colonia y haber visto el (en papel) mejor partido de fútbol en un ambiente lujoso como el Mercedes Benz Arena de Stuttgart; mas la situación de resaca y cansancio que generó una situación lamentable como la narrada en el primer párrafo, de pronto Eintracht Frankfurt-Hertha Berlín y todo lo que ese duelo conllevaba (i.e. Escenario majestuoso, pero en nivel inferior a Berlín; una hinchada local orgullosa y seguidora, pero no al nivel de Colonia y un partido decente, pero no con equipos del nivel del Gladbach principalmente) no resultaba un plan particularmente atractivo. No obstante esto, la entrada estaba paga e incluía el transporte público hacia el WaldStadion, por lo que apenas pasando el medio día me subí a un tranvía que de la estación central me llevaba al estadio.

Transcurriendo el viaje en tranvía (No precisamente breve) siento que algo me aprieta la muñeca. Era la puta cinta del día anterior con el notorio escudo del Stuttgart. Tironeo de la misma sin final exitoso, la cinta era de una tela resbalosa de mierda, por lo cual me encuentro en un dilema: En principio esto es Frankfurt, uno de los principales centros financieros del primer mundo, con lo cual no debería generarme inconvenientes, pero el instinto primitivo de conservación porteña me hace pensar que es mas prudente taparme la cinta con el buzo. El recorrido a través de prolijos barrios residenciales es ameno, pero escaso de hitos estéticamente llamativos, hasta que finalmente el tranvía de la línea 21 me deja en la estación del estadio, que literalmente se traduce como “Estadio del Bosque”, conocido como Commerzbank Arena por motivos publicitarios. Salí de la estación, seguí la señalización que me llevaba por debajo de un puente, donde había una serie de puestos de productos gastronómicos habituales en el marco de los estadios germánicos. Como ameritaba almorzar algo (Mas allá del desayuno seguía con leve desacomodo estomacal producto de la continuada ingesta de cerveza de los dáis anteriores) fui con la única variante que era novedosa: el Schweinsteak, un churrasco de cerdo marinado con especias en forma de sanguche con 11 kilos de cebolla también marinadas. Obviamente, y desacreditando lo anterior, el bocadillo debió ser debidamente ajusticiado con un vaso de Budweiser Original (mucho mas recomendable que su primo bobo norteamericano) lo cual me dejó en estado catatónico por el resto de la tarde.

Que el estadio no tape el bosque. O al revés. O algo así
Después de consumado el acto alimentario, presenté entrada para acceder al predio, donde claramente se entendía la esencia del nombre original del estadio: caminé por un sendero de 400 metros en medio de un bosque frondoso que no delata la presencia inmediata de una mole de concreto, hasta que de pronto se abre el panorama y detrás de cuatro canchas de fútbol 11 se impone en el horizonte el estadio. Di una pequeña vuelta por el estadio para ver aproximadamente por donde correspondía el ingreso a mi asiento y me dispuse a hacer la fila correspondiente para ingresar al local oficial del Eintracht dentro del estadio a fin de conseguir aquella casaca suplente que ya tenía entre ceja y ceja desde antes del viaje estando en Buenos Aires. En el momento que esperaba para ingresar al local, analizaba la posibilidad de estamparle algún número de algún jugador para hacerla un poco mas completa, el problema es que no había ningún jugador que conociera de antemano por lo que hice un breve análisis de mercado en busca del jugador mas representativo: El futbolista mas estampado en la espalda de los concurrentes era sin duda el número 14, Alex Meier; pero aún no estaba convencido. Una vez que entre al local, sin duda me hice estampar la 14, la de Alex Meier.
 
No pocas veces escuché que hay un solo Dios, pero que Dios es una figura que la gente interpreta de distintas maneras y le asigna distintas formas. En el fútbol, la figura de Dios representa lo mismo para todos los hinchas, pero estos eligen en quien encarna otorgándole así ese status de deidad como máximo apoyo de incondicionalidad en retribución a las prestaciones otorgadas. Uno, viniendo de Argentina, debería saberlo mejor que nadie, siendo una nación que aún está esperando al Messias que nos haga olvidar a D10s y mas localmente, en las barriadas del oeste porteño, profesamos absoluta devoción por Dio5, un lateral derecho por demás aguerrido hasta lo áspero, que a base de esos atributos y polifuncionalidad defendió la camiseta de Vélez en partidos oficiales mas veces que cualquier ser humano que jamás haya habitado esta tierra. Y Eintracht Frankfurt tiene el suyo: Alexander “FussballGott” Meier. En la iconodulía del la tienda oficial del club o en la liturgia del grito de gente en la presentación de la formación en la paquidérmica pantalla del Waldstadion ese hombre de mas de un metro noventa, amplia estructura física, peinado de coleta y movimientos espesos que camuflan una exótica eficiencia se funde con la existencia de una entidad supraterrenal. Debo admitir que al comienzo compré la existencia de este parco dios teutón, pero una vez comenzado el partido dudé: su falta de plasticidad y sensibilidad al contacto de la pelota cuando se alejaba del área alborotaba e ilusionaba a sus fieles alrededor mío, pero parecía que mas que fanatismo era sorna digna del mas seco humor alemán o producto de nostalgia de un fútbol que ya no era; mas que una divinidad tenía delante una reliquia de ese fútbol alemán de antaño enterrado por un alud de petisos de gran destreza técnica alla Götze, Reus, Özil et al: muscularidad, funcionalidad, pragmatismo, un anacronismo antropomorfo que si, a nivel personal, tuviera que vincularlo con un evento místico sería con una resurrección del Flaco Nanni a comienzos del tercer milenio (La única similaritud entre Nanni y Jesucristo igualmente sería estética). Pero a los 22’ entendí que no tenía sentido dudar y ponerme  del lado de la herejía cuando un corner desde la derecha que fue peinado en el primer palo por Marco Russ, el 14 en el segundo palo empujó al arco la pelota deslizándose con un movimiento rústico para poner el 1-0. La voz del estadio/conductor de TV/Maestro de Ceremonias/Animador gritó “AAAAALEXANDEEEEER” y el público respondió con un estruendoso “FUSSBALLGOTT MEIER”, por si me quedaba alguna duda de quien era.
A partir de ese gol, Eintracht creció a partir del fútbol vertical, potente, pero refinado de Stendera mientras que Hertha mostraba una cara discrepante de la del equipo que había ganado con autoridad en su casa ante 1.FC Köln.  En el segundo tiempo los Berlineses fueron un poco menos cautos y lograron poner en un par de situaciones incómodas al flojo arquero Hradecky mientras que los locales ya no tuvieron el mismo volumen de juego y entraron en un especie de letargo, que pagarían a diez minutos del final cuando después de una jugada que se ensució, el excelente pero hasta ahí anónimo Darida, se encontró mano a mano con el arquero y con la tranquilidad de los que saben que tienen categoría puso un empate que fue justo desde el punto de vista que ni Eintracht ni Hertha hicieron méritos especiales para ganarlo.

Había que salir del estadio, pero mi detonación mental y la fijación con obtener un vaso descartable con la imagen de algún jugador del Eintracht (Los de ese día eran Makoto Hasebe y el paraguayo Nelson Haedo Valdez) hicieron que me distraiga y me alejara del recorrido a través del cual llegué, con lo cual me encontré siguiendo a la marea humana que, de una manera u otra me depositara en Hauptbahnhof. Lo bueno es que en el mismo momento en el que me di cuenta que no tenía certeza de donde iba a terminar también vi un cartel con el escudo de la Federación Alemana de Fútbol y una flecha. Caminé unas tres cuadras en esa dirección y al final de la misma, conformando un cul de sac me encontré con el Viamonte 1366 teutón, un par de edificios de un par de pisos en torno a un no muy amplio estacionamiento en cuyo centro reside una escultura de vidrio y hierro replicando una pelota de fútbol. Como no veía viable obtener acceso y no tenía certeza del trayecto de regreso, saqué una foto y volví con la procesión. Al toque había un cartel que indicaba la dirección a la estación de S-Bahn, así que me dejé llevar por la masa sabiendo que eventualmente iba a llegar a la estación. Un poco problemática resultó también la partida del tren, en primer instancia por un muchacho en estado visiblemente etílico que quiso entrar a la fuerza en un vagón donde no entraba mas nadie y luego por un viejo que se paraba trabando la puerta: lo miraba mal y el me miraba sonriendo, tratando de parecer simpático mientras la otra gente que hablaba alemán le decía cosas en alemán, que él no escuchaba porque el viejo aparentemente era bastante sordo. Afortunadamente un empleado de la Deutsche Bahn intervino para garantizar la salida del tren.

Una vez en Hauptbahnhof, me dispuse a buscar un lugar para comer allí, pero aparentemente se usa bajar del tren y comer en la estación, así que caminé por la Kaiserstrasse para comer en el McDonald’s mas gediento que vi en mi vida (Los domingos son sagrados en Alemania, no había muchas opciones)  y luego me senté en un bar que tenía una tele en la calle (Primer mundo, amigos) a tomar una birrita de trigo y ver el segundo tiempo de Borussia Dortmund-Darmstadt donde los visitantes (vecinos de la ciudad de Frankfurt) lograron un empate en la última del partido. El cierre del día en el sótano del hotel fue apto para el cierre de la travesía: Birra (casi una constante del fin de semana), resumen de la fecha de la Bundesliga en la tele y Huracán-Vélez en los auriculares. Porque se pueden visitar mil canchas, pero siempre estás volviendo.




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