Otro año, la misma oportunidad de viajar. No iba a dejarla pasar. Ni tampoco iba a dejar pasar un fin de semana sin ver un partido como la última vez. Después de haber
honrado una promesa ajena cumpliendo el particular pedido de dejar una remera
de Belgrano de Córdoba en Yorkshire y de haber pasado por la puerta del Easter
Road del Hibernian y de Tynecastle, hogar del Hearts, el 24 de septiembre me
encontraba dejando (con una enorme resaca, para no perder el hilo de las
experiencias anteriores) la fantástica ciudad de Edimburgo con destino a
Glasgow para visitar a su institución mas ilustre (aunque la parte protestante
de la ciudad y la cervecería Tennent’s opinen lo contrario) en la primer
experiencia propiamente futbolera de las tres planificadas de antemano: Celtic
contra Kilmarnock.
Mis planes rápidamente
se vieron modificados por las inclemencias del clima. Pude ir caminando desde
la estación de tren a la de bus a dejar el equipaje y tuve tiempo para comprar
un Gyros (mismo relleno y mismo envoltorio que el Shawarma que llegó a estos
lares mas papas fritas y pimentón) en la calle hasta que se desató una tormenta
que no paró, haciéndome extrañar el clima díscolo, histérico e imprevisible que
odié esos tres días en Edimburgo. En lugar de ir caminando hasta la cancha
haciendo paradas en un par de lugares de interés turístico, me limité en hacer
una escapada hasta un local del Celtic para la indulgencia de mi lado
consumista y me refugié en un shopping. El antes mencionado consumista en mi no
pudo evitar ver un puesto que tenía remeras de esa fantástica marca holandesa
que es COPA, pero el termo en mi no pudo evitar notar que ese espacio comercial
se llama B*CA 10 (Aclaración: En lugar del asterisco debería incluirse una
cvocal que no es ni la A, E, I ni U) Obviamente, ganó el termo, pero
dejando los pruritos de lado, tenía un par de cosas muy copadas de los clubes
locales además de las prendas holandesas.
Volví hacia la
estación de bus para averiguar como llego al Celtic Park, objeto de la
excursión. Me atiende una colorada de unos 50-55 años (aunque puede ser menos,
la gente de esos pagos en general aparenta haber sido maltratada por la vida)
que me informa que no me puede dar esa información. Me dice que es hincha del
Rangers. Sonríe. Sonrío y le digo que voy allí por esas cosas que tiene el
destino, sino le estaría preguntando como llegar a Ibrox. Me informa que hay un
bondi que me deja relativamente cerca y que sale de una plataforma de ahí.
Completamente paranoico (tal vez un sentimiento absolutamente infundado), le
pregunto al chofer que estaba esperando para salir a hacer el recorrido si iba
y me dijo que si. Igualmente no me quedé tranquilo hasta que un par de hinchas
se subieron al bondi. A partir de ahí pude disfrutar de un señor mayor de
pasados los 60 años de edad que montó en cólera cuando no llegó a alcanzar el colectivo
en la parada y 20 metros mas adelante no le quiso abrir la puerta y persiguió
el colectivo 15 cuadras mas golpeando el vidrio e invitando al chofer a que
baje a pelear hasta que evidentemente llegó adonde iba, hecho posible por lo
crecientemente espeso del tráfico conforme el colectivo se adentraba en el
barrio de Parkhead. Esto mismo hizo que me bajara antes de lo previsto y
caminara un poco mas bajo la persistente lluvia glasguana (gentilicio de
Glasgow chequeado con un sitio llamado Gentilicios.org, pero puede fallar)
La primera imagen que
uno obtiene del Celtic Park (Al menos desde donde me tocó llegar) es una
gigantografía que cubre una de las plateas que te da la bienvenida al paraíso
con imágenes de algunas glorias de antaño y otras no tan añejas. Difícilmente
uno pueda asignar alguna característica paradisíaca a una ciudad brutalmente
industrial y de un clima tan volátil como Glasgow, pero si hay algún lugar
donde esto no es tan evidente es en el calor que generan las emociones
exacerbadas y las pasiones desbordadas que el fútbol genera. Es un escape, es
un entretenimiento pero sin dejar de lado la identidad, el celebrar de donde se
viene y hasta donde se llegó. Definitivamente estaba feliz de estar allí, pero
había cometido dos errores: en primer lugar, interpreté mal el plano que venía
con mi e-ticket, por lo cual tuve que dar toda una vuelta al pedo y por el
otro, pensé que el partido arrancaba a las 15.30, cuando en realidad arrancaba
a las tres de la tarde en punto, lo que implicó una vez que pasara por los
estrechos molinetes que permiten acceder a la bandeja superior de la Lisbon
Lions Stand y subiera las catacúmbicas (y algo claustrofóbicas) escaleras
llegara a mi asiento con tres minutos del partido ya transcurridos: Sentí
alivio de no estar en el Amalfitani y que me reciba #labandadelaprevia con el
ya clásico “Llegaste tarde, sos un cagón”. Una pena, porque me perdí la posibilidad de oir in situ la entonación de "Fields of Athenry", emblemática canción de salida del conjunto local. El partido, tal como prometía, no
resultó ser un asunto competitivo: Celtic administraba el balón en posiciones
avanzadas con un prolijo control a dos toques hasta el borde del área donde
esperaban técnicamente limitados pero resolutos elementos defensivos del
Killie. Conforme pasaba el tiempo se adivinaba cada vez mas inviable la
estrategia defensiva del visitante de (literalmente) ponerle el cuerpo a cada
disparo desde el punto del penal, pero el fútbol siempre encuentra una forma u
otra de recordarnos que lo impensado
siempre está a punto de ocurrir: Un morocho random apropiadamente llamado
Souleymane Coulibaly (apellido que en las naciones del cuerno de Africa resulta
equivalente a los Caicedo o Chará en Ecuador, Mamani o Quispe en Bolivia, o los
famosos 43 apellidos coreanos del #datoNiembro mas famoso) que me llamó la
atención por su velocidad sin el balón tanto como por su completa incapacidad
de poder correr con él, tomo el balón a 40 metros del arco rival metiendo un
giro con pisada y sacó un puntinazo con su pierna mas inhábil (no había
demostrado tener pierna hábil hasta ese momento) que se metió por sobre la
extensión vertical del sorprendido arquero de Vries, para el medido beneplácito
de los aproximadamente doscientos hinchas visitantes (creo que la mesura tenía
que ver mas con la sorpresa que con una actitud hacia el fútbol en particular y la vida en general) y
para el video de highlights que no le podía armar el representante previo a
negociar su pase al Al Ahly de Egipto en los primeros días del año 2017. No se
pudo medir la resiliencia de Celtic a ese golpe porque ocurrió lo que tenía que
ocurrir: los locales fueron un par de metros mas a fondo (mas no se podía
porque se terminaba la cancha) por la
banda izquierda y Dembelé encontró la red no una, sino dos veces para dejar el
asunto con tufillo a liquidado.

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Las entrañas de la Lisbon Lions Stand |
Desembargado por la
emoción (si es que esa expresión existe), me encontré con el desafío
considerable de que garompa hacer un sábado a la tarde/noche lluvioso en
Glasgow antes de partir a Londres en colectivo sin meterme a escabiar como un
vikingo en un bar (No era nada contra el alcohol, pero ya venía herido de la
noche anterior y tenía que viajar en bondi toda la noche). Decidí cagarme en la
persistente lluvia y atravesar a pie el bucólico barrio laburante de Parkhead (Epicentro del glorioso equipo campeón europeo del Celtic) para ir a Necrópolis, el globalmente famoso cementerio local. Lejos de ser una
experiencia tétrica (Los cementerios tienden a funcionar como parques públicos
en Escocia y algunos de los mausoleos llaman muchísimo la atención), una
cuestión (sospecho que para nada casual) me llamó mucho la atención: Desde el
punto mas alto de la Necrópolis, allende la fábrica de Tennant’s se divisa
nítidamente el Celtic Park con su gigantografía de “Welcome to Paradise”. No
pude evitar pensar en la paradoja que representaba que, al menos en Glasgow, el
Paraíso no estaba tan lejos del Cementerio. Definitivamente, la relación con la muerte en Escocia es muy distinta de la que tenemos nosotros.
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El Paraíso desde el Cementerio |
Todo llega a un final y ese día (como todos los demás) no era la excepción, Había que ir a Londres, por lo que volví a la terminal de buses de Buchanan a retirar el equipaje y ponerme aunque sea medias secas. A cargo de los lockers donde se guardaba el equipaje se encontraba un señor ya mayor muy similar al viejito de Benny Hill. Me señala y dice algo absolutamente incomprensible. Le digo que no entiendo. Se repite la secuencia dos veces mas hasta que entiendo. Me había visto con la remera del Celtic. Me había dicho “Great Shirt”. Le pregunto “¿Celtic fan?”. Me responde “Yes, Keltik tru an tru”. Aunque mi visita haya estado completamente pintada de verde y blanco hasta el último minuto, tengo muy claro que solo conozco la mitad de Glasgow.
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