domingo, 10 de septiembre de 2017

Europa desde una butaca: Tru An Tru

Otro año, la misma oportunidad de viajar. No iba a dejarla pasar. Ni tampoco iba a dejar pasar un fin de semana sin ver un partido como la última vez. Después de haber honrado una promesa ajena cumpliendo el particular pedido de dejar una remera de Belgrano de Córdoba en Yorkshire y de haber pasado por la puerta del Easter Road del Hibernian y de Tynecastle, hogar del Hearts, el 24 de septiembre me encontraba dejando (con una enorme resaca, para no perder el hilo de las experiencias anteriores) la fantástica ciudad de Edimburgo con destino a Glasgow para visitar a su institución mas ilustre (aunque la parte protestante de la ciudad y la cervecería Tennent’s opinen lo contrario) en la primer experiencia propiamente futbolera de las tres planificadas de antemano: Celtic contra Kilmarnock.

Mis planes rápidamente se vieron modificados por las inclemencias del clima. Pude ir caminando desde la estación de tren a la de bus a dejar el equipaje y tuve tiempo para comprar un Gyros (mismo relleno y mismo envoltorio que el Shawarma que llegó a estos lares mas papas fritas y pimentón) en la calle hasta que se desató una tormenta que no paró, haciéndome extrañar el clima díscolo, histérico e imprevisible que odié esos tres días en Edimburgo. En lugar de ir caminando hasta la cancha haciendo paradas en un par de lugares de interés turístico, me limité en hacer una escapada hasta un local del Celtic para la indulgencia de mi lado consumista y me refugié en un shopping. El antes mencionado consumista en mi no pudo evitar ver un puesto que tenía remeras de esa fantástica marca holandesa que es COPA, pero el termo en mi no pudo evitar notar que ese espacio comercial se llama B*CA 10 (Aclaración: En lugar del asterisco debería incluirse una cvocal que no es ni la A, E, I ni U) Obviamente, ganó el termo, pero dejando los pruritos de lado, tenía un par de cosas muy copadas de los clubes locales además de las prendas holandesas.
Volví hacia la estación de bus para averiguar como llego al Celtic Park, objeto de la excursión. Me atiende una colorada de unos 50-55 años (aunque puede ser menos, la gente de esos pagos en general aparenta haber sido maltratada por la vida) que me informa que no me puede dar esa información. Me dice que es hincha del Rangers. Sonríe. Sonrío y le digo que voy allí por esas cosas que tiene el destino, sino le estaría preguntando como llegar a Ibrox. Me informa que hay un bondi que me deja relativamente cerca y que sale de una plataforma de ahí. Completamente paranoico (tal vez un sentimiento absolutamente infundado), le pregunto al chofer que estaba esperando para salir a hacer el recorrido si iba y me dijo que si. Igualmente no me quedé tranquilo hasta que un par de hinchas se subieron al bondi. A partir de ahí pude disfrutar de un señor mayor de pasados los 60 años de edad que montó en cólera cuando no llegó a alcanzar el colectivo en la parada y 20 metros mas adelante no le quiso abrir la puerta y persiguió el colectivo 15 cuadras mas golpeando el vidrio e invitando al chofer a que baje a pelear hasta que evidentemente llegó adonde iba, hecho posible por lo crecientemente espeso del tráfico conforme el colectivo se adentraba en el barrio de Parkhead. Esto mismo hizo que me bajara antes de lo previsto y caminara un poco mas bajo la persistente lluvia glasguana (gentilicio de Glasgow chequeado con un sitio llamado Gentilicios.org, pero puede fallar)
 
La primera imagen que uno obtiene del Celtic Park (Al menos desde donde me tocó llegar) es una gigantografía que cubre una de las plateas que te da la bienvenida al paraíso con imágenes de algunas glorias de antaño y otras no tan añejas. Difícilmente uno pueda asignar alguna característica paradisíaca a una ciudad brutalmente industrial y de un clima tan volátil como Glasgow, pero si hay algún lugar donde esto no es tan evidente es en el calor que generan las emociones exacerbadas y las pasiones desbordadas que el fútbol genera. Es un escape, es un entretenimiento pero sin dejar de lado la identidad, el celebrar de donde se viene y hasta donde se llegó. Definitivamente estaba feliz de estar allí, pero había cometido dos errores: en primer lugar, interpreté mal el plano que venía con mi e-ticket, por lo cual tuve que dar toda una vuelta al pedo y por el otro, pensé que el partido arrancaba a las 15.30, cuando en realidad arrancaba a las tres de la tarde en punto, lo que implicó una vez que pasara por los estrechos molinetes que permiten acceder a la bandeja superior de la Lisbon Lions Stand y subiera las catacúmbicas (y algo claustrofóbicas) escaleras llegara a mi asiento con tres minutos del partido ya transcurridos: Sentí alivio de no estar en el Amalfitani y que me reciba #labandadelaprevia con el ya clásico “Llegaste tarde, sos un cagón”. Una pena, porque me perdí la posibilidad de oir in situ la entonación de "Fields of Athenry", emblemática canción de salida del conjunto local. El partido, tal como prometía, no resultó ser un asunto competitivo: Celtic administraba el balón en posiciones avanzadas con un prolijo control a dos toques hasta el borde del área donde esperaban técnicamente limitados pero resolutos elementos defensivos del Killie. Conforme pasaba el tiempo se adivinaba cada vez mas inviable la estrategia defensiva del visitante de (literalmente) ponerle el cuerpo a cada disparo desde el punto del penal, pero el fútbol siempre encuentra una forma u otra de recordarnos  que lo impensado siempre está a punto de ocurrir: Un morocho random apropiadamente llamado Souleymane Coulibaly (apellido que en las naciones del cuerno de Africa resulta equivalente a los Caicedo o Chará en Ecuador, Mamani o Quispe en Bolivia, o los famosos 43 apellidos coreanos del #datoNiembro mas famoso) que me llamó la atención por su velocidad sin el balón tanto como por su completa incapacidad de poder correr con él, tomo el balón a 40 metros del arco rival metiendo un giro con pisada y sacó un puntinazo con su pierna mas inhábil (no había demostrado tener pierna hábil hasta ese momento) que se metió por sobre la extensión vertical del sorprendido arquero de Vries, para el medido beneplácito de los aproximadamente doscientos hinchas visitantes (creo que la mesura tenía que ver mas con la sorpresa que con una actitud hacia el fútbol en particular y la vida en general) y para el video de highlights que no le podía armar el representante previo a negociar su pase al Al Ahly de Egipto en los primeros días del año 2017. No se pudo medir la resiliencia de Celtic a ese golpe porque ocurrió lo que tenía que ocurrir: los locales fueron un par de metros mas a fondo (mas no se podía porque se terminaba la cancha)  por la banda izquierda y Dembelé encontró la red no una, sino dos veces para dejar el asunto con tufillo a liquidado.

Viví el entretiempo de una forma muy particular. Empezó con cierta aprehensión de mi parte que me agarró mientras contemplaba lo compacto del estadio y un par de remaches en la estructura del techo que parecían mas oxidados que lo que el sentido común recomendaría: Definitivamente no había que ir en una de las grandes ocasiones para darse cuenta que este recinto es intimidante para los visitantes, reflexión que surgía mientras la pantalla devolvía imágenes de los presentes por primera vez en el estadio y los recién llegados a este mundo seguidos de aquellos que recientemente lo han dejado en una sucesión que me dejó un tanto descolocado. Después de eso prosiguió el partido del fútbol con un paradójico prólogo en el cambio del arquero local y la sucesión de goles del local ante un rival que frente a la desventaja se encontró con una crisis existencial y optó por el suicidio futbolístico: Forrest, Griffiths de cabeza tras un corner peinado en el primer palo (lo celebré junto a los locales al ritmo de “Freed from desire” de Gala en un plagio claro a Wigan y el viralizado Will Grigg), Sinclair de penal y un gol de Rogic cerraron un 6-1 que de a ratos resultó ser exiguo. De hecho lo mas entretenido del segundo tiempo fue por afano, la variedad de coreografías y temas de los hinchas locales apostados en el codo de la parte inferior de la tribuna donde me encontraba, espacio donde no hay asientos y que se encargaron de poner el entretenimiento que faltaba en la cancha por la eutanasia futbolística por la que optó el Kilmarnock.

Las entrañas de la Lisbon Lions Stand
Desembargado por la emoción (si es que esa expresión existe), me encontré con el desafío considerable de que garompa hacer un sábado a la tarde/noche lluvioso en Glasgow antes de partir a Londres en colectivo sin meterme a escabiar como un vikingo en un bar (No era nada contra el alcohol, pero ya venía herido de la noche anterior y tenía que viajar en bondi toda la noche). Decidí cagarme en la persistente lluvia y atravesar a pie el bucólico barrio laburante de Parkhead (Epicentro del glorioso equipo campeón europeo del Celtic) para ir a Necrópolis, el globalmente famoso cementerio local. Lejos de ser una experiencia tétrica (Los cementerios tienden a funcionar como parques públicos en Escocia y algunos de los mausoleos llaman muchísimo la atención), una cuestión (sospecho que para nada casual) me llamó mucho la atención: Desde el punto mas alto de la Necrópolis, allende la fábrica de Tennant’s se divisa nítidamente el Celtic Park con su gigantografía de “Welcome to Paradise”. No pude evitar pensar en la paradoja que representaba que, al menos en Glasgow, el Paraíso no estaba tan lejos del Cementerio. Definitivamente, la relación con la muerte en Escocia es muy distinta de la que tenemos nosotros.


El Paraíso desde el Cementerio

Todo llega a un final y ese día (como todos los demás) no era la excepción, Había que ir a Londres, por lo que volví a la terminal de buses de Buchanan a retirar el equipaje y ponerme aunque sea medias secas. A cargo de los lockers donde se guardaba el equipaje se encontraba un señor ya mayor muy similar al viejito de Benny Hill. Me señala y dice algo absolutamente incomprensible. Le digo que no entiendo. Se repite la secuencia dos veces mas hasta que entiendo. Me había visto con la remera del Celtic. Me había dicho “Great Shirt”. Le pregunto “¿Celtic fan?”. Me responde “Yes, Keltik tru an tru”. Aunque mi visita haya estado completamente pintada de verde y blanco hasta el último minuto, tengo muy claro que solo conozco la mitad de Glasgow.  


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