jueves, 28 de septiembre de 2017

Europa desde una butaca: Apéndices - Castillos Vacíos II y cuentas pendientes

Edinburgh – Una historia conocida

Easter Road
Gran ciudad, pero lugar que uno no asociaría con el fútbol. De todos modos, es el hogar de dos clubes que tienen una dicotomía similar a la de Glasgow, pero que ha quedado en el olvido para pasar una cuestión de pertenencia a determinado sector de la ciudad. Mi primera visita fue a las instalaciones del Hibernian, club que estuvo inicialmente vinculado a la siempre sufrida y numerosa comunidad católica irlandesa de la zona de Cowgate, área de donde se transportaba el ganado hacia el mercado de la ciudad anteriormente y donde en la actualidad, los turistas recorren su historia de día y recorren sus bares y clubes de noche. Su nombre deriva de Hibernia, nombre que los romanos dieron a Irlanda y significa “tierra del invierno”. Salí desde Waverley, la estación central de la ciudad, caminé por la comercial Princes Street, hacia la calle Leith para rodear Calton Hill. De ahí agarré la apacible calle London hasta Easter Road, que da nombre al hogar del Hibernian, aunque no esté sobre esa calle. Se trata de un estadio prolijo, en apariencia modernoso, con una prolija tienda comercial, situado en una parte de la ciudad que tiene mucho menos brillo que el centro turístico y que tiene mas que ver con la real composición social con sus supermercados de precio convenientes, sus almacenes de producto exclusivamente polacos y/o rusos, con el pulso del día a día del laburante  que hace su vida al margen de los turistas que llegamos en busca de castillos y kilts. 

Tynecastle
Si uno se toma el colectivo de la línea 1, puede ir al hogar del dueño de la otra mitad de la ciudad, Heart of Midlothian, mas conocido como Hearts, tomando nombre y escudo de la cárcel de la ciudad ya que los fundadores del club trabajaban allí (En la famosa Royal Mile, aún se puede apreciar el famoso mosaico con el escudo de la cárcel e incluso se lo puede escupir, pero si se falla en el esputo, se es pasible de multa). En Gorgie, una zona de la ciudad que no parece puntualmente mas acomodada que la de su rival, se encuentra el estadio de Tynecastle, cuyo estacionamiento y tienda comercial se encuentran sobre la calle McLeod. A decir verdad, no supe determinar si las estructuras originales habían sido respetadas y su estilo tenía algo de retro o si las instalaciones estaban algo deterioradas. Al igual que en Easter Road, un par de fotos al exterior, otra visita a un prolijo local comercial y de vuelta en la calle. Mientras tomaba el colectivo para volver al centro, me di vuelta y detrás de Tynecastle estaba la imponente silueta de Murrayfield, el estadio nacional de rugby, reflejando que en esta ciudad tal vez el fútbol esté a la sombra del rugby


Birmingham –El palacio de Aston


Fui por el metal, me quedé por el fútbol: En realidad no, pero si hubo de las dos cosas. Llegué a la fantástica estación central de tren de Birmingham New Street y luego de dar un par de vueltas, junté coraje y me hice una escapada a la zona de Aston, hogar actual del Aston Villa, pero principalmente escenario y musa inspiradora de Black Sabbath, la banda que dio inicio al género del Heavy Metal, otro gran pasatiempo de quien escribe (Pero no me da la cara para escribir un blog de eso). 

En vez de bajar en la estación de Aston bajé en la siguiente estación, Witton, que por su apariencia bien podría localizarse en el algún lugar del conurbano en vez de algún lugar en Birmingham. Caminé 150 metros entre una fábrica abandonada con murales alusivos al campeonato continental obtenido por el club y casas bastante descuidadas y ya me encontré en el estacionamiento del Villa Park, un estadio bien mantenido, pero con el encanto tradicional de los estadios típicos ingleses. Como hasta ese momento saqué un par de fotos al exterior y entre al local comercial sin comprar nada ya que si bien la ropa tentaba , el cartel de la inminente visita de mi Wolverhampton a ese inmueble me recordaba que de alguna manera estaba ahí como infiltrado. De todos modos, una vez que di la vuelta (Después de pasar por una calle que pasa por debajo de la tribuna) me encontré maravillado por la casa de los más acérrimos fanáticos del conjunto de Birmingham: La Holte End. La fachada antigua con ladrillos a la vista en el estilo industrial típico de la ciudad, las escalinatas, los vitrales, el Holte Hotel... Después se camina Aston y se vuelve a la realidad: una ciudad cuya banda de sonido al son del metal pesado fue reemplazada por el movimiento de los negocios a la calle, donde las caras redondas y rozagantes fueron reemplazadas por rasgos de lares hindúes/islámicos y los pubs dieron lugar a las mezquitas como lugar de reunión. A pesar de que los tiempos cambiaron, cerca de la estación de Witton hay un pedazo del Birmingham de hace 40, 50 años y recuerda a todos que este club, al igual que su ciudad, supieron conocer tiempos mejores, pero que la historia y la grandeza siguen ahí. Solo el tiempo dirá si todo volverá a ser como antes.


Dublin - Cerrando el círculo


Odio las fechas FIFA. Me chupa un huevo la selección, el 95% de los que juegan ahí y todos los obsecuentes que la rodean. Le deseo lo peor a la AFA en todo lo que emprenda por inútiles y corruptos. Solo la presencia del Tigre Gareca en Perú logra ponerle un poco de pasión a esas fechas, porque uno siente cierta gratitud a aquellos que lo hicieron feliz alguna vez.
The Fields of Athenry
Dublin no era un mal lugar para estar en una fecha FIFA ya que no es una de las grandes capitales del fútbol mundial justamente. Justo jugaba la selección local contra Georgia, pero el alto precio de las entradas (160 euros la mas económica), me hizo recalcular planes. Por eso en vez de pasar el día en la ciudad, tomé una excursión a Irlanda del Norte donde tomé dimensión de todo lo absurdo que era la situación política en la isla (la decisión del Brexit lo hará todo mas absurdo aún) y pasé por lugares absolutamente impresionantes. Al final de la excursión que había durado todo el día, el guía hizo algunas recomendaciones respecto a que hacer a la noche, entre ellos ver el segundo tiempo del partido de la selección a un bar llamado “The Celt”, la cual acepté y resultó ser una gran decisión. Entre Guinness y Fish & Chips hice las paces con Robbie Brady sin que el lo supiera. Tampoco supo que le había deseado lo peor después de ese zurdazo fantástico que echó por tierra mis ilusiones de ver a mis Wolves ganar. Pero la imagen de un Brady yaciendo inerte en el piso después de un horrible choque de cabezas, me hizo pensar que tal vez no le deseaba tanto la muerte al volante zurdo del Norwich. Un par de birras después, ya con el partido finalizado me encontré camino al baño con un cuadro que contenía la letra  de Fields Of Athenry, la canción que me perdí por omisión/negligencia en Glasgow. 

En un bar del centro de Dublin, a metros del Spire, me echaron un poco de sal en la herida. Pero tampoco eran tan pendientes las cuentas. 

viernes, 22 de septiembre de 2017

Europa desde una butaca: Casi 20 años después

La camiseta que lo empezó todo
Sin saberlo, el día 1 de Octubre del 2016 para mi había comenzado mas de 18 años antes con un regalo de cumpleaños en un lugar del centro de Capital Federal que solo se dedicaba a la venta de artículos relacionados al fútbol. Ante la posibilidad de elegir una camiseta entre varias, me quedé con una amarilla y negra de la marca alemana Puma: La contraforma de los detalles negros, el cuello y la parte baja de la casaca contenían la silueta de la cabeza del lobo que representaba el escudo del club que a su vez tenía un entramado en amarillo mas claro que formaban mas escudos del club, con una serie de letras WM en amarillo haciendo de vivos en la manga. Si la imagen mental les evoca un esperpento, ese era el objetivo de la descripción. Pero también recuerden que esto era a fines de la década del 90’ y en esa época ese tipo de diseños aún era increíblemente copado, especialmente donde uno era un preadolescente (mas pre que adolescente) bastante menos cínico y mucho mas impresionable. Unas letras doradas en el escudo identificaban a la camiseta como del Wolverhampton Wanderers F.C. Ese momento marcó el comienzo dos etapas significativas y que aún perduran: La colección de camisetas de fútbol y el vínculo con Wolverhampton Wanderers. A partir de ahí el PC Fútbol, Championship/Football Manager, Dial-Up, Banda Ancha, Roja Directa, algún partido por Fox/ESPN en los años que el equipo se coló en la Premier fueron la conexión, alguna idea de cómo estaba o al menos saber los nombres de quien jugaba. Obviamente, con el tiempo se hizo todo mas fácil y el vínculo mas fuerte, no necesariamente mas profundo pero si mas constante, mas presente, mas palpable. 

Y ahí estaba quien escribe, parado en el hall central de la estación de Euston, esperando que anuncien el anden del que saldría el tren que me dejaría en Wolverhampton. Tenía miedo. No podía abrigarme en la calidez de la teoría de las bajas expectativas. Había esperado mucho tiempo. Este día no podía ser menos que perfecto.
Identifiqué dos hinchas mas de Wolverhampton en el tren, pero éramos minoría: También jugaba Birmingham City de local, dos estaciones de tren antes de Wolverhampton y eran mayoría (No debían ser mas de 10 pero eran mayoría). La desventaja numérica en ese vagón se amplió en Birmingham New Street donde los hinchas Blues se bajaron para ir al no muy lejano St. Andrews y subieron como 40 hinchas del Aston Villa, que ese día visitaba Preston. La convivencia duró menos de media hora, porque la distancia entre Birmingham y Wolverhampton es poca y la única parada intermedia era la estación de Sandwell y Dudley, también conocida cono la Moreno y Fabianesi de las estaciones de tren inglesas.
Stan Cullis Stand
Y ahí estaba quien escribe, en la (bastante básica, debo admitir) estación de tren de Wolverhampton, La primera impresión no era muy alentadora: Voy a recordar siempre el momento que uno de los hinchas que venía de Euston venía caminando adelante mío y dijo: “Ah, Wolverhampton, donde siempre brilla el sol”. Clásico humor inglés, porque llovía a cagarse. Traté de dar alguna vuelta por el centro de una ciudad que se advertía objeto de una realidad económica mas cruda, desigual, de lo que había visto en Londres (O de lo que se deja ver) que de alguna manera me resultó mas familiar, me hizo sentir mas cómodo. La lluvia ahogó cualquier plan que podía tener de conocer algo de la ciudad, así que me metí en un trucho centro comercial al final de Dudley St., la principal peatonal comercial, para almorzar y esperar a que amaine la lluvia. Almorcé, pero cuando salí, aconteció lo que creía imposible: Llovía mas que antes. Igual hice de tripas corazón y caminé los diez minutos del centro hacia el estadio.
El Museo
Molineux desde el tunel
Y ahí estaba quien escribe, parado debajo de la lluvia, absolutamente cautivado por la imagen de Molineux, buscando conciencia de donde había llegado después de pasar por la Catedral de San Pedro y cruzar por el túnel que pasaba por debajo una autopista. Di la vuelta al estadio, contemplé y saqué fotos a las estatuas de Stan Cullis y Billy Wright y me metí en la espaciosa tienda comercial del club para comprar la entrada para acceder al museo del club. Faltaban cuatro horas y media para el partido y el museo no había abierto, pero el empleado que estaba allí lo abrió para mi (aparentemente los horarios los días de partido son mas flexibles). Mientras este empleado me explicaba amablemente todo en el característico cerrado acento local, la emoción me estaba empezando a ganar y estaba como estuvieran cortando una cebolla al lado mío. Y ahí estaba quien escribe, contemplando lo que tenía para ofrecer el museo: una cantidad importante de objetos de valor como camisetas y otros, un repaso breve pero sustancioso de cada etapa de la historia del club (incluso de los peores momentos), pantallas con videos de la mejor época del club entre los 50’ y mediados de los 70’, una foto de Robert Plant, una sala de videos con la historia reciente del club y un par de juegos que eran mas para los niños (De todos me saqué un par de fotos con la lona de las conferencias de prensa). De ahí el museo da salida hacia la tienda del club a través de la manga de salida al campo de juego. Me sorprendió la compostura para no regalarme a la compulsión consumista mas oscura que brotaba de lo mas hondo de mi alma, aunque de todos modos salí aferrando a una bolsa gigante como si estuviera agarrado al Santo Grial.


Llovía todavía mas. Quedaban casi tres horas para el partido así que volví al centro de la ciudad pero la lluvia me obligaba a tomar decisiones. En realidad me obligaba a tomar, así que entré en lo que parecía una casa reconvertida en un pub llamado Lych Gate Tavern. El seguridad de la puerta me hizo un chiste por la lluvia cuando entraba, sonaba “Rock Bottom” de UFO y había una canilla de Krusovice, cerveza que recorrió mi tráquea repetidamente en un sótano de Praga hace poco mas de un año atrás. No había mucha gente, solo un par de camisetas de los Wolves. No me importó, me sentí invariablemente local, bien recibido, a gusto en un lugar en el que nunca había estado en mi vida hasta hace 2 horas. Ya no tenía miedo, estaba disfrutando el día, el lugar, de estar en un lugar en el que quise estar durante mucho tiempo. De todos modos seguía con ganas de recorrer el centro y decidí desafiar a la lluvia: Error, a los 10 minutos estaba de vuelta en el Lych Gate. De pronto se había llenado de camisetas del conjunto local (No admitían hinchas visitantes) y había clima de partido, salían las cervezas locales para todos, incluso para los veteranos salían un vaso de whisky con soda para acompañar una pinta. Me quedé al lado de la barra del segundo piso y traté de observar y absorber cada segundo de la previa, tratando de ver todo, pero a su vez como si no me vieran, siendo solo un par de ojos (Un par de ojos tomando birra como un vikingo, pero un par de ojos al fin). Después de otras dos birras mas ya estaba manija y me fui a la cancha. Afortunadamente ya no llovía tanto, pero había refrescado. Debo admitir que me costó encontrar la puerta que me correspondía  (En algunos estadios, la entrada refleja la puerta de ingreso a tu asiento dentro del inmueble, no así la puerta que te corresponde para ingresar al inmueble) y luego pasar por ella (Los molinetes son increíblemente estrechos y a duras penas hay lugar para un físico como el mío) pero lo logré con tiempo suficiente como para meter un tradicional pint & pie antes de que los equipos salgan a la cancha en las cavernosos entrañas de Molineux, aspecto logrado por la reticencia a darle una mano de yeso o de pintura a la pared de ladrillos de concreto. Si bien el pie y la birra local estaban muy bien, un hincha local disfrutó mucho mas mi pie, observando como lo intentaba comer con éxito, pero sin ningún reparo por las formas. Le tuve que confesar que no era de ahí en el improbable caso que no se hubiera dado cuenta, para pasar el papelón con un poco mas de gracia.  
Pint and Pie
Las entrañas de Molineux













Y allí estaba quien escribe, finalmente en su butaca del South Bank de Molineux, viendo a Wolverhampton salir a la cancha mientras sonaba Hi Ho Silver Lining. La atmósfera no era particularmente cautivante. Con toda la furia la mitad de la capacidad de Molineux estaba cubierta producto de lo tarde del partido, las inclemencias del clima y la televisación del partido, pero también es justo decir que la banda del South Bank puso mucho ruido en apoyo al equipo, pidiendo que el carismático y querible chantapufi de Walter Zenga (Si, el arquero italiano de Italia 90’) nos lleve a la Premier. En una de las plateas y haciendose notar mucho menos en términos de ruido, estaban aquellos hinchas visitantes que recorrieron 231 km. desde Norwich para ver al City, los Canarios, rivales circunstanciales de Wolverhampton esa noche.

Y ahí estaba quien escribe, sintiendo como su pequeño mundo mágico, que había construido en 7 u 8 horas, se derrumbaba en 2 minutos: Un centro de Wes Hoolahan, bastante pedorro, llovido y en diagonal al corazón del área, encontró a Cameron Jerome que cabeceó al gol, solo, solísimo, desatendido por el capitán Danny Batth a la altura del punto del penal. Había salido todo perfecto, pero el fútbol siendo fútbol parecía no querer permitir que sea un día perfecto.
Wolverhampton tenía que responder: una bocha larga, al cajón, sin destino aparente, mostró que la presencia de Helder Costa ahí tenía el mismo sentido que la de un argentino que armó sus vacaciones en torno a ir a ver ese partido que muchos olvidaron rápidamente. El portugués mostró una velocidad muy superior a la del resto de la cancha y enganchó hacia el medio donde buscó sin éxito el segundo palo del arco rival con un remate con efecto. Eventualmente, Norwich demostró que era un equipo superior, técnica y tácticamente y de no ser por la intervención del arquero local Carl Ikeme, podría haberse ido con algún gol mas de ventaja al entretiempo. No había sido un gran partido, como muestra la South Bank le recordó (con razón) a la parcialidad visitante que ganaban 1-0 y todavía no habían cantado y que su apoyo era una mierda.
El arranque del segundo tiempo fue mas de lo mismo, Norwich con control del juego, mientras que Wolverhampton parecía tener el mandato de jugar un fútbol prolijo, pero de no tener ni la menor idea de cómo hacerlo. El visiblemente ofuscado Zenga encontró un revulsivo cuando sacó al inexpresivo, abúlico y exasperante wing portugués Teixeira y mando a la cancha a Nouha Dicko, favorito de la hinchada, vivado durante todo el calentamiento y que volvía después de un largo parate por lesión. De esa manera, el local perdía elaboración, pero ganaba peso ofensivo, cuestión palpable en el desarrollo del juego: El recién ingresado Dicko tuvo una chance inmejorable y luego Helder Costa desvío un remate desde el borde del área. En la primera posibilidad que Norwich tuvo de respirar, le asestó un duro golpe a Wolves: avanzaron en bloque y el irlandés Robbie Brady sacó un zurdazo con efecto desde 20 metros que hizo estéril el esfuerzo de Ikeme y de cualquier otro arquero que hubiera estado ahí. Fue tan distinguido el gol que el termo que tenía al lado y no paró de cantar un minuto, no pudo hacer otra cosa mas que aplaudir. Personalmente le deseé lo peor al autor del gol para el resto de su vida, días después me sentí un poquito culpable de haberle deseado tanto mal. En fin, con el 2-0 en contra, el visiblemente golpeado conjunto local siguió yendo solo para comprobar el principio físico de la inercia y en honor al lema local apareció la luz que surge de la oscuridad: El regular Doherty puso un lindo centro para la llegada de Edwards, el único de los tres volantes que consiguió pasarle la pelota a un compañero con cierta regularidad durante los 80 minutos previos, que puso el descuento con un cabezazo inapelable.
El gol revitalizó a la gente y a los jugadores: se multiplicaron las voces y también los delanteros, Batth terminó jugando de 9, además del (bastante tardío) ingreso de Mason. De todos modos, solo tuvo una chance para poder empatarlo y ni siquiera fue tan clara. Este análisis frío solo lo pude hacer con el beneficio de la perspectiva: No sabía si de manera inconsciente estaba en un lugar en el que en el mejor de los casos no volvería inmediatamente y estaba compenetrado con la experiencia que había vivido durante el día viví ese momento de manera increíblemente intensa.


Terminó el partido y tanto jugadores como DT se acercaron para retribuir el apoyo a pesar de la floja actuación con un aplauso. Para combatir la decepción del resultado negativo me quedé alrededor del estadio bajando un paty bastante pateador de hígado mientras una radio que sonaba en el puesto daba cuenta del desánimo por una (En realidad otra) floja actuación de mi querido Wolverhampton. Camino a la estación pasé por el famoso Slade Rooms y compré 4 latas de Foster’s para amenizar el regreso en tren.


Y ahí estaba quien escribe, entre birra, birra y un montón de ropa húmeda en el último tren a Londres (había solo una persona de extracción asiática y justamente un hincha del Norwich, lo que me permitió esparcir toda la ropa mojada que el pudor me permitiera extender en otros asientos) haciendo el balance de la tarde: Me cague mojando y el equipo perdió, aunque me sentí cómodo en la ciudad, viviendo una experiencia auténtica y al menos el equipo prestó un esfuerzo muy honesto en pos de maquillar defectos futbolísticos muy difíciles de ocultar. En el balance: No fue el día perfecto que siempre soñe. Pero me di cuenta que tampoco tenía porque serlo. We are Wolves.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Europa desde una butaca: Clientelismo

La cita siguiente era exactamente 23 horas después de finalizado el juego en Glasgow y era en Londres (Dos puntos geográficos que uno no calificaría como cercanos exactamente) Después de una experiencia en micro con luces y sombras y de matar un poco el tiempo, fui hacia King’s Cross, tomé la Piccadilly Line para conectar con la Central Line en dirección hacia Epping para llegar a la estación Stratford, a (varios) metros del Estadio Olímpico de Londres, donde desde comienzos de la temporada 2016/17’ el West Ham ejerce su localía, en esta oportunidad ante el Southampton en una espléndida tarde de final de verano londinense, a pesar de todos los preconceptos de una ciudad que se vende como víctima de una perenne capa de espesa niebla.

Dicho estadio se encontraba cuestionado por los hinchas del club granate, primero por no ser todo lo que el viejo Upton Park representaba (cosa que hubiera pasado de todos modos), pero porque también el club encontró una serie de inconvenientes logísticos que no hicieron fácil la transición al nuevo hogar. El primero de ellos lo encontré en la estación de Stratford, Una cinta extendida en dirección a la (única) salida de la estación indicando la dirección hacia donde está el estadio. Después no vi un cartel mas y como desafortunadamente no tomé las precauciones acerca de cómo llegar desde la estación al estadio (ocasionalmente puede llegar a ser un tema) tomé la decisión de despersonalizarme y seguir a la masa bajo la suposición de que lo único interesante para hacer en Stratford un día de partido es ir a la cancha (Funcionó, pero no es así). De todos modos, a pesar de no haber un cartel, si estaba mucha gente de campera fluorescente que vigilaba el camino hacia el parque olímpico hasta que en algún momento el estadio ya se podía divisar con una presentación impactante: Cartelería sobre la estructura del estadio indicando el nombre del club  y gigantografías de jugadores y escudo del club cubriendo las entrañas del estadio. No todo estaba resuelto porque aún no tenía entrada: Había recurrido al mismo método de intermediación que en mi anterior visita a Stuttgart, pero en esta oportunidad no sabía si tenía la entrada y si la tenía, donde retirarla. Basado en mi experiencia busque la que pudiera parecer la entrada principal y esperé instrucciones. El barba me mandó Wi-Fi (El Parque Olímpico en realidad) y al toque llegaron las instrucciones. You gotta believe. Me dieron un sobre con mi entrada.
Homenaje a los laburantes devenidos en clientes

Aparentemente había varios salones ejecutivos, y el que me tocaba era uno llamado “The Londoner Claret”. Me guían hacia allí y una morocha (divina) me da un programa, me explica lo que era bastante obvio (El bar, la entrada, los baños). Tomo asiento en una banqueta de esas altas y me familiarizo con el lugar: Un espacio blanco, luminoso, modernoso, con niños corriendo en camisetas con el número y el apellido de sus padres. Me dirijo al bar, donde ya era obvio que no iba a disfrutar de ese banquete memorable de Stuttgart, pero la sorpresa fue importante: Cobraban todo. Si la mujer de Mark Noble, un tipo que es la personificación de lo que representa el club, quería una botella de agua tenía que pagar, lo que me pareció demencial. Faltaba bastante para el partido, así que no me quedó otra que tomarme una birra mientras leía el programa hasta el arranque del partido. Un gran detalle durante este momento es que entregaron un papel con las formaciones que meses mas tarde me enteré que es el que se le entrega a la prensa.

Cuando fui a ocupar mi butaca, me impactó lo imponente del estadio y cuando me concentré un poquito mas en lo que pasaba alrededor me llamó la atención una disonancia: Mientras el sistema de sonido del estadio escupía “Welcome To The Jungle” de Guns N’ Roses, la pantalla solicitaba a los señores clientes que ocupen sus asientos y no vean el partido parados. Al final la jungla era otra cosa aparentemente.
Pronto al arranque del partido me vi rodeado de familiares de los jugadores y en un dilema. Conseguí las entradas a través del padre de Lanzini y al lado se sentó la madre del exRiver con un hombre. Sabía que estaban divorciados mas no sabía en que términos, con lo que me encontraba en un dilema ¿Me presento y quedo como el culo? ¿Me hago el boludo y quedo como el culo? Uno siempre trata de cultivar el perfil bajo aún a riesgo de quedar como parco o forro, así que elegí ese camino y me dediqué a ver fútbol. No obstante, este momento de (in)decisión no me privó de ver el ingreso al son de Forever Blowing Bubbles, ni de ignorar la presencia delante mío de la mujer de Zaza con su glamour directamente importado de la Vía Montenapoleone.

El arranque del fútbol fue largamente intrascendente en cuanto a la generación de situaciones, pero el nivel técnico y la velocidad e intensidad (e incluso vehemencia en un par de cruces) con la que se jugaba hacían del partido un espectáculo cautivante. El partido estaba bajo ese equilibrio frágil, en el cual si uno de los dos equipos marca inclina la balanza definitivamente a su favor. Los locales venían de un arranque de temporada complejo y salían a ganar, pero a su vez exponían los problemas que venían teniendo específicamente desde el punto de vista táctico por las bandas producto de un 4-2-3-1 demasiado rígido, mientras los visitantes de a poco iban aceitando su esquema táctico: La solidez del imponente Van Dijk en el juego aéreo, las trepadas de Bertrand por la banda izquierda, el manejo del trío central del muy eficiente Romeu, el eléctrico Davis y el intermitente Hojberg y empezando a conectar el trío de ataque con Austin como cabeza de área y Redmond atando las bandas y Tadic jugando por todo el frente de ataque. El desequilibrio en el resultado a los 40 minutos tuvo alguna de estas variantes: Tadic se hamacó por la banda izquierda y contactó a Bertrand que en vez de pasar por afuera tiró una diagonal interna para desbordar a Nordveit (volante central noruego que ocupó el lateral derecho) y llegó hasta el fondo donde encontró a Austin que la puso al segundo palo lejos del alcance de Adríán para el 1-0. West Ham no veía la hora de del entretiempo, porque Southampton en esos 5 minutos se liberó y encima largo al lateral del otro lado Cedric Soares, quien casi pone el 2-0.
En el segundo tiempo salió Lanzini (Ju*n) e ingresó Feghouli, para contener las subidas de Bertrand y darle a Payet mayor libertad para moverse por todo el frente de ataque, pero el cambio de Bilic tuvo efectos secundarios: por un lado el Soton liberó a su otro lateral, Cedric Soares y el West Ham perdió capacidad de desequilibrio por la derecha y presencia a la hora de pelear en el mediocampo, donde el trío de centrocampistas visitante movía la pelota cada vez mas rápido, especialmente con el vértigo de Davis. Precisamente este recuperó una pelota en un lugar complicado para los locales, para poner al trío de ataque en acción Redmond agarró la pelota, encontró a Austin que rápidamente le derivo el balón a Tadic, que mano a mano ante Adrián, se hamacó hacia su derecha vendiéndole al arquero un remate a su palo izquierdo, pero en su lugar dejó correr el balón para abrir el arco en su totalidad y empujar al gol fácilmente. Ciertamente, un gol con toda la categoría que venía mostrando el excelente volante ofensivo serbio. West ham tuvo un momento de zozobra pero luego tuvo diez minutos en los que puso al visitante contra las cuerdas. Los Santos con mas fortuna que pericia pudieron aguantar este tramo hasta que pudieron volver a representar una amenaza desde la contra, ya liderados por el irlandés Long, en unos 10 minutos finales que resultaron ser frenéticos. Ya cuando una parte considerable del público local había dejado sus asientos, Redmond lo dejó solo a Davis para que el norirlandés pudiera conseguir el gol que merecía (al menos desde mi punto de vista), pero su control no fue bueno. Aún así, llegó a tirar un centro atrás que se desvío hacia la presencia del emergente del banco de suplentes Ward-Prowse, que puso el 3-0 que sería definitivo. La despedida del equipo fue acompañada con merecidos abucheos por parte de los clientes hinchas locales que se quedaron hasta el final del partido, porque realmente su equipo mostró muy poco. Mucho mas alegre era el panorama para los sureños, que se quedaron todos a saludar a su equipo que había conseguido los tres puntos de muy buena forma.

Luego, fui a cumplir con lo solicitado por mi hermano del enorme local oficial del club, pensando que así da gusto ser cliente. Respecto a eso, definitivamente el ambiente en el estadio no era el que esperaba de un partido de Premier, un poco por la estructura del estadio, un poco porque el equipo no contagiaba, un poco porque a algunos se les ocurrió que tal vez debía ser así;  pero el producto dentro de la cancha era totalmente lo que esperaba: Un fútbol muy demandante desde lo físico, veloz, áspero, pero también desde lo técnico, donde cualquier imperfección técnica te deja expuesto, donde cada control que sea menos que impecable es una oportunidad para que el rival recupere la pelota y cuyo desarrollo capta la atención todo el tiempo.

Volví pronto a la zona de King’s Cross a tomar una birra, una cena de comida chatarra y ocupar mi habitación en el hostel para volver a tomar una ducha y sentir el descanso que solo te puede brindar una cama después de casi 40 horas consagradas al fútbol. Seis días después volvería tener una cita con la redonda para cancelar una deuda que consideré pendiente con mi pasión muchísimo mas tiempo del que hubiera querido. Para calmar la ansiedad, por suerte la posibilidad de disfrutar todo lo otro que Londres tiene para ofrecer.          





domingo, 10 de septiembre de 2017

Europa desde una butaca: Tru An Tru

Otro año, la misma oportunidad de viajar. No iba a dejarla pasar. Ni tampoco iba a dejar pasar un fin de semana sin ver un partido como la última vez. Después de haber honrado una promesa ajena cumpliendo el particular pedido de dejar una remera de Belgrano de Córdoba en Yorkshire y de haber pasado por la puerta del Easter Road del Hibernian y de Tynecastle, hogar del Hearts, el 24 de septiembre me encontraba dejando (con una enorme resaca, para no perder el hilo de las experiencias anteriores) la fantástica ciudad de Edimburgo con destino a Glasgow para visitar a su institución mas ilustre (aunque la parte protestante de la ciudad y la cervecería Tennent’s opinen lo contrario) en la primer experiencia propiamente futbolera de las tres planificadas de antemano: Celtic contra Kilmarnock.

Mis planes rápidamente se vieron modificados por las inclemencias del clima. Pude ir caminando desde la estación de tren a la de bus a dejar el equipaje y tuve tiempo para comprar un Gyros (mismo relleno y mismo envoltorio que el Shawarma que llegó a estos lares mas papas fritas y pimentón) en la calle hasta que se desató una tormenta que no paró, haciéndome extrañar el clima díscolo, histérico e imprevisible que odié esos tres días en Edimburgo. En lugar de ir caminando hasta la cancha haciendo paradas en un par de lugares de interés turístico, me limité en hacer una escapada hasta un local del Celtic para la indulgencia de mi lado consumista y me refugié en un shopping. El antes mencionado consumista en mi no pudo evitar ver un puesto que tenía remeras de esa fantástica marca holandesa que es COPA, pero el termo en mi no pudo evitar notar que ese espacio comercial se llama B*CA 10 (Aclaración: En lugar del asterisco debería incluirse una cvocal que no es ni la A, E, I ni U) Obviamente, ganó el termo, pero dejando los pruritos de lado, tenía un par de cosas muy copadas de los clubes locales además de las prendas holandesas.
Volví hacia la estación de bus para averiguar como llego al Celtic Park, objeto de la excursión. Me atiende una colorada de unos 50-55 años (aunque puede ser menos, la gente de esos pagos en general aparenta haber sido maltratada por la vida) que me informa que no me puede dar esa información. Me dice que es hincha del Rangers. Sonríe. Sonrío y le digo que voy allí por esas cosas que tiene el destino, sino le estaría preguntando como llegar a Ibrox. Me informa que hay un bondi que me deja relativamente cerca y que sale de una plataforma de ahí. Completamente paranoico (tal vez un sentimiento absolutamente infundado), le pregunto al chofer que estaba esperando para salir a hacer el recorrido si iba y me dijo que si. Igualmente no me quedé tranquilo hasta que un par de hinchas se subieron al bondi. A partir de ahí pude disfrutar de un señor mayor de pasados los 60 años de edad que montó en cólera cuando no llegó a alcanzar el colectivo en la parada y 20 metros mas adelante no le quiso abrir la puerta y persiguió el colectivo 15 cuadras mas golpeando el vidrio e invitando al chofer a que baje a pelear hasta que evidentemente llegó adonde iba, hecho posible por lo crecientemente espeso del tráfico conforme el colectivo se adentraba en el barrio de Parkhead. Esto mismo hizo que me bajara antes de lo previsto y caminara un poco mas bajo la persistente lluvia glasguana (gentilicio de Glasgow chequeado con un sitio llamado Gentilicios.org, pero puede fallar)
 
La primera imagen que uno obtiene del Celtic Park (Al menos desde donde me tocó llegar) es una gigantografía que cubre una de las plateas que te da la bienvenida al paraíso con imágenes de algunas glorias de antaño y otras no tan añejas. Difícilmente uno pueda asignar alguna característica paradisíaca a una ciudad brutalmente industrial y de un clima tan volátil como Glasgow, pero si hay algún lugar donde esto no es tan evidente es en el calor que generan las emociones exacerbadas y las pasiones desbordadas que el fútbol genera. Es un escape, es un entretenimiento pero sin dejar de lado la identidad, el celebrar de donde se viene y hasta donde se llegó. Definitivamente estaba feliz de estar allí, pero había cometido dos errores: en primer lugar, interpreté mal el plano que venía con mi e-ticket, por lo cual tuve que dar toda una vuelta al pedo y por el otro, pensé que el partido arrancaba a las 15.30, cuando en realidad arrancaba a las tres de la tarde en punto, lo que implicó una vez que pasara por los estrechos molinetes que permiten acceder a la bandeja superior de la Lisbon Lions Stand y subiera las catacúmbicas (y algo claustrofóbicas) escaleras llegara a mi asiento con tres minutos del partido ya transcurridos: Sentí alivio de no estar en el Amalfitani y que me reciba #labandadelaprevia con el ya clásico “Llegaste tarde, sos un cagón”. Una pena, porque me perdí la posibilidad de oir in situ la entonación de "Fields of Athenry", emblemática canción de salida del conjunto local. El partido, tal como prometía, no resultó ser un asunto competitivo: Celtic administraba el balón en posiciones avanzadas con un prolijo control a dos toques hasta el borde del área donde esperaban técnicamente limitados pero resolutos elementos defensivos del Killie. Conforme pasaba el tiempo se adivinaba cada vez mas inviable la estrategia defensiva del visitante de (literalmente) ponerle el cuerpo a cada disparo desde el punto del penal, pero el fútbol siempre encuentra una forma u otra de recordarnos  que lo impensado siempre está a punto de ocurrir: Un morocho random apropiadamente llamado Souleymane Coulibaly (apellido que en las naciones del cuerno de Africa resulta equivalente a los Caicedo o Chará en Ecuador, Mamani o Quispe en Bolivia, o los famosos 43 apellidos coreanos del #datoNiembro mas famoso) que me llamó la atención por su velocidad sin el balón tanto como por su completa incapacidad de poder correr con él, tomo el balón a 40 metros del arco rival metiendo un giro con pisada y sacó un puntinazo con su pierna mas inhábil (no había demostrado tener pierna hábil hasta ese momento) que se metió por sobre la extensión vertical del sorprendido arquero de Vries, para el medido beneplácito de los aproximadamente doscientos hinchas visitantes (creo que la mesura tenía que ver mas con la sorpresa que con una actitud hacia el fútbol en particular y la vida en general) y para el video de highlights que no le podía armar el representante previo a negociar su pase al Al Ahly de Egipto en los primeros días del año 2017. No se pudo medir la resiliencia de Celtic a ese golpe porque ocurrió lo que tenía que ocurrir: los locales fueron un par de metros mas a fondo (mas no se podía porque se terminaba la cancha)  por la banda izquierda y Dembelé encontró la red no una, sino dos veces para dejar el asunto con tufillo a liquidado.

Viví el entretiempo de una forma muy particular. Empezó con cierta aprehensión de mi parte que me agarró mientras contemplaba lo compacto del estadio y un par de remaches en la estructura del techo que parecían mas oxidados que lo que el sentido común recomendaría: Definitivamente no había que ir en una de las grandes ocasiones para darse cuenta que este recinto es intimidante para los visitantes, reflexión que surgía mientras la pantalla devolvía imágenes de los presentes por primera vez en el estadio y los recién llegados a este mundo seguidos de aquellos que recientemente lo han dejado en una sucesión que me dejó un tanto descolocado. Después de eso prosiguió el partido del fútbol con un paradójico prólogo en el cambio del arquero local y la sucesión de goles del local ante un rival que frente a la desventaja se encontró con una crisis existencial y optó por el suicidio futbolístico: Forrest, Griffiths de cabeza tras un corner peinado en el primer palo (lo celebré junto a los locales al ritmo de “Freed from desire” de Gala en un plagio claro a Wigan y el viralizado Will Grigg), Sinclair de penal y un gol de Rogic cerraron un 6-1 que de a ratos resultó ser exiguo. De hecho lo mas entretenido del segundo tiempo fue por afano, la variedad de coreografías y temas de los hinchas locales apostados en el codo de la parte inferior de la tribuna donde me encontraba, espacio donde no hay asientos y que se encargaron de poner el entretenimiento que faltaba en la cancha por la eutanasia futbolística por la que optó el Kilmarnock.

Las entrañas de la Lisbon Lions Stand
Desembargado por la emoción (si es que esa expresión existe), me encontré con el desafío considerable de que garompa hacer un sábado a la tarde/noche lluvioso en Glasgow antes de partir a Londres en colectivo sin meterme a escabiar como un vikingo en un bar (No era nada contra el alcohol, pero ya venía herido de la noche anterior y tenía que viajar en bondi toda la noche). Decidí cagarme en la persistente lluvia y atravesar a pie el bucólico barrio laburante de Parkhead (Epicentro del glorioso equipo campeón europeo del Celtic) para ir a Necrópolis, el globalmente famoso cementerio local. Lejos de ser una experiencia tétrica (Los cementerios tienden a funcionar como parques públicos en Escocia y algunos de los mausoleos llaman muchísimo la atención), una cuestión (sospecho que para nada casual) me llamó mucho la atención: Desde el punto mas alto de la Necrópolis, allende la fábrica de Tennant’s se divisa nítidamente el Celtic Park con su gigantografía de “Welcome to Paradise”. No pude evitar pensar en la paradoja que representaba que, al menos en Glasgow, el Paraíso no estaba tan lejos del Cementerio. Definitivamente, la relación con la muerte en Escocia es muy distinta de la que tenemos nosotros.


El Paraíso desde el Cementerio

Todo llega a un final y ese día (como todos los demás) no era la excepción, Había que ir a Londres, por lo que volví a la terminal de buses de Buchanan a retirar el equipaje y ponerme aunque sea medias secas. A cargo de los lockers donde se guardaba el equipaje se encontraba un señor ya mayor muy similar al viejito de Benny Hill. Me señala y dice algo absolutamente incomprensible. Le digo que no entiendo. Se repite la secuencia dos veces mas hasta que entiendo. Me había visto con la remera del Celtic. Me había dicho “Great Shirt”. Le pregunto “¿Celtic fan?”. Me responde “Yes, Keltik tru an tru”. Aunque mi visita haya estado completamente pintada de verde y blanco hasta el último minuto, tengo muy claro que solo conozco la mitad de Glasgow.  


domingo, 22 de mayo de 2016

Europa desde una butaca: Un Domingo Cualquiera

Lo primero que veo en la habitación es una pareja de chinos comiendo golosinas y jugando un juego de cartas. Y luz, mucha luz. Vuelvo a calibrar la mirada. Veo una pareja de chinos comiendo golosinas y jugando un juego de cartas. Y luz, mucha luz. A pesar de mis previsiones optimistas me levanté liquidado y con resaca. Me voy a bañar. Las cosas no mejoran. Me olvido la ropa que me iba a poner para el día y la tarjeta de entrada en la habitación (El baño no era ensuite). Golpeo la puerta a ver si estaban los chinos comegolosinas ludópatas. No responde nadie. Tengo que bajar cuatro pisos en toalla a la recepción a pedir una tarjeta. Efectivamente los chinos ya habían liberado la habitación. Al día siguiente me daría cuenta que también había olvidado el jabón en el baño.

Desayuné un café bastante frío (Raro, dado el buen servicio que tenía el hostel) mientras diagramaba un recorrido turístico que modificara la muy pobre imagen que tenía de la ciudad de Frankfurt, que lo único que tenía para mostrarme hasta ese momento era una estación de tren para nada agradable y una zona roja que invitaba mas al ilícito que al pecado. En camino a zonas mas atractivas visualmente, el andar, el escenario a lo largo de la vera del río Main (Meno según Wikipedia), mas el clima soleado, pero gentilmente fresco generó un entorno propicio para la reflexión. Después de haber apreciado la majestuosidad histórica del Olímpico de Berlín, haber vibrado con el fantástico ambiente en Colonia y haber visto el (en papel) mejor partido de fútbol en un ambiente lujoso como el Mercedes Benz Arena de Stuttgart; mas la situación de resaca y cansancio que generó una situación lamentable como la narrada en el primer párrafo, de pronto Eintracht Frankfurt-Hertha Berlín y todo lo que ese duelo conllevaba (i.e. Escenario majestuoso, pero en nivel inferior a Berlín; una hinchada local orgullosa y seguidora, pero no al nivel de Colonia y un partido decente, pero no con equipos del nivel del Gladbach principalmente) no resultaba un plan particularmente atractivo. No obstante esto, la entrada estaba paga e incluía el transporte público hacia el WaldStadion, por lo que apenas pasando el medio día me subí a un tranvía que de la estación central me llevaba al estadio.

Transcurriendo el viaje en tranvía (No precisamente breve) siento que algo me aprieta la muñeca. Era la puta cinta del día anterior con el notorio escudo del Stuttgart. Tironeo de la misma sin final exitoso, la cinta era de una tela resbalosa de mierda, por lo cual me encuentro en un dilema: En principio esto es Frankfurt, uno de los principales centros financieros del primer mundo, con lo cual no debería generarme inconvenientes, pero el instinto primitivo de conservación porteña me hace pensar que es mas prudente taparme la cinta con el buzo. El recorrido a través de prolijos barrios residenciales es ameno, pero escaso de hitos estéticamente llamativos, hasta que finalmente el tranvía de la línea 21 me deja en la estación del estadio, que literalmente se traduce como “Estadio del Bosque”, conocido como Commerzbank Arena por motivos publicitarios. Salí de la estación, seguí la señalización que me llevaba por debajo de un puente, donde había una serie de puestos de productos gastronómicos habituales en el marco de los estadios germánicos. Como ameritaba almorzar algo (Mas allá del desayuno seguía con leve desacomodo estomacal producto de la continuada ingesta de cerveza de los dáis anteriores) fui con la única variante que era novedosa: el Schweinsteak, un churrasco de cerdo marinado con especias en forma de sanguche con 11 kilos de cebolla también marinadas. Obviamente, y desacreditando lo anterior, el bocadillo debió ser debidamente ajusticiado con un vaso de Budweiser Original (mucho mas recomendable que su primo bobo norteamericano) lo cual me dejó en estado catatónico por el resto de la tarde.

Que el estadio no tape el bosque. O al revés. O algo así
Después de consumado el acto alimentario, presenté entrada para acceder al predio, donde claramente se entendía la esencia del nombre original del estadio: caminé por un sendero de 400 metros en medio de un bosque frondoso que no delata la presencia inmediata de una mole de concreto, hasta que de pronto se abre el panorama y detrás de cuatro canchas de fútbol 11 se impone en el horizonte el estadio. Di una pequeña vuelta por el estadio para ver aproximadamente por donde correspondía el ingreso a mi asiento y me dispuse a hacer la fila correspondiente para ingresar al local oficial del Eintracht dentro del estadio a fin de conseguir aquella casaca suplente que ya tenía entre ceja y ceja desde antes del viaje estando en Buenos Aires. En el momento que esperaba para ingresar al local, analizaba la posibilidad de estamparle algún número de algún jugador para hacerla un poco mas completa, el problema es que no había ningún jugador que conociera de antemano por lo que hice un breve análisis de mercado en busca del jugador mas representativo: El futbolista mas estampado en la espalda de los concurrentes era sin duda el número 14, Alex Meier; pero aún no estaba convencido. Una vez que entre al local, sin duda me hice estampar la 14, la de Alex Meier.
 
No pocas veces escuché que hay un solo Dios, pero que Dios es una figura que la gente interpreta de distintas maneras y le asigna distintas formas. En el fútbol, la figura de Dios representa lo mismo para todos los hinchas, pero estos eligen en quien encarna otorgándole así ese status de deidad como máximo apoyo de incondicionalidad en retribución a las prestaciones otorgadas. Uno, viniendo de Argentina, debería saberlo mejor que nadie, siendo una nación que aún está esperando al Messias que nos haga olvidar a D10s y mas localmente, en las barriadas del oeste porteño, profesamos absoluta devoción por Dio5, un lateral derecho por demás aguerrido hasta lo áspero, que a base de esos atributos y polifuncionalidad defendió la camiseta de Vélez en partidos oficiales mas veces que cualquier ser humano que jamás haya habitado esta tierra. Y Eintracht Frankfurt tiene el suyo: Alexander “FussballGott” Meier. En la iconodulía del la tienda oficial del club o en la liturgia del grito de gente en la presentación de la formación en la paquidérmica pantalla del Waldstadion ese hombre de mas de un metro noventa, amplia estructura física, peinado de coleta y movimientos espesos que camuflan una exótica eficiencia se funde con la existencia de una entidad supraterrenal. Debo admitir que al comienzo compré la existencia de este parco dios teutón, pero una vez comenzado el partido dudé: su falta de plasticidad y sensibilidad al contacto de la pelota cuando se alejaba del área alborotaba e ilusionaba a sus fieles alrededor mío, pero parecía que mas que fanatismo era sorna digna del mas seco humor alemán o producto de nostalgia de un fútbol que ya no era; mas que una divinidad tenía delante una reliquia de ese fútbol alemán de antaño enterrado por un alud de petisos de gran destreza técnica alla Götze, Reus, Özil et al: muscularidad, funcionalidad, pragmatismo, un anacronismo antropomorfo que si, a nivel personal, tuviera que vincularlo con un evento místico sería con una resurrección del Flaco Nanni a comienzos del tercer milenio (La única similaritud entre Nanni y Jesucristo igualmente sería estética). Pero a los 22’ entendí que no tenía sentido dudar y ponerme  del lado de la herejía cuando un corner desde la derecha que fue peinado en el primer palo por Marco Russ, el 14 en el segundo palo empujó al arco la pelota deslizándose con un movimiento rústico para poner el 1-0. La voz del estadio/conductor de TV/Maestro de Ceremonias/Animador gritó “AAAAALEXANDEEEEER” y el público respondió con un estruendoso “FUSSBALLGOTT MEIER”, por si me quedaba alguna duda de quien era.
A partir de ese gol, Eintracht creció a partir del fútbol vertical, potente, pero refinado de Stendera mientras que Hertha mostraba una cara discrepante de la del equipo que había ganado con autoridad en su casa ante 1.FC Köln.  En el segundo tiempo los Berlineses fueron un poco menos cautos y lograron poner en un par de situaciones incómodas al flojo arquero Hradecky mientras que los locales ya no tuvieron el mismo volumen de juego y entraron en un especie de letargo, que pagarían a diez minutos del final cuando después de una jugada que se ensució, el excelente pero hasta ahí anónimo Darida, se encontró mano a mano con el arquero y con la tranquilidad de los que saben que tienen categoría puso un empate que fue justo desde el punto de vista que ni Eintracht ni Hertha hicieron méritos especiales para ganarlo.

Había que salir del estadio, pero mi detonación mental y la fijación con obtener un vaso descartable con la imagen de algún jugador del Eintracht (Los de ese día eran Makoto Hasebe y el paraguayo Nelson Haedo Valdez) hicieron que me distraiga y me alejara del recorrido a través del cual llegué, con lo cual me encontré siguiendo a la marea humana que, de una manera u otra me depositara en Hauptbahnhof. Lo bueno es que en el mismo momento en el que me di cuenta que no tenía certeza de donde iba a terminar también vi un cartel con el escudo de la Federación Alemana de Fútbol y una flecha. Caminé unas tres cuadras en esa dirección y al final de la misma, conformando un cul de sac me encontré con el Viamonte 1366 teutón, un par de edificios de un par de pisos en torno a un no muy amplio estacionamiento en cuyo centro reside una escultura de vidrio y hierro replicando una pelota de fútbol. Como no veía viable obtener acceso y no tenía certeza del trayecto de regreso, saqué una foto y volví con la procesión. Al toque había un cartel que indicaba la dirección a la estación de S-Bahn, así que me dejé llevar por la masa sabiendo que eventualmente iba a llegar a la estación. Un poco problemática resultó también la partida del tren, en primer instancia por un muchacho en estado visiblemente etílico que quiso entrar a la fuerza en un vagón donde no entraba mas nadie y luego por un viejo que se paraba trabando la puerta: lo miraba mal y el me miraba sonriendo, tratando de parecer simpático mientras la otra gente que hablaba alemán le decía cosas en alemán, que él no escuchaba porque el viejo aparentemente era bastante sordo. Afortunadamente un empleado de la Deutsche Bahn intervino para garantizar la salida del tren.

Una vez en Hauptbahnhof, me dispuse a buscar un lugar para comer allí, pero aparentemente se usa bajar del tren y comer en la estación, así que caminé por la Kaiserstrasse para comer en el McDonald’s mas gediento que vi en mi vida (Los domingos son sagrados en Alemania, no había muchas opciones)  y luego me senté en un bar que tenía una tele en la calle (Primer mundo, amigos) a tomar una birrita de trigo y ver el segundo tiempo de Borussia Dortmund-Darmstadt donde los visitantes (vecinos de la ciudad de Frankfurt) lograron un empate en la última del partido. El cierre del día en el sótano del hotel fue apto para el cierre de la travesía: Birra (casi una constante del fin de semana), resumen de la fecha de la Bundesliga en la tele y Huracán-Vélez en los auriculares. Porque se pueden visitar mil canchas, pero siempre estás volviendo.




Europa desde una butaca: Cinco Estrellas


Casi doscientos cincuenta minutos después de haber llegado a Frankfurt después de la reveladora visita a Colonia, estaba de nuevo iniciando el recorrido para ir a Stuttgart,

El camino a Stuttgart se inició con uno de los golpes de suerte mas grandes que pueda recordar. Idealmente, el plan incluía que ese sábado 26, recorriera en transporte interurbano los escasos 30 minutos que separan Frankfurt de Mainz para asistir a la visita del Bayern Munich. Ante la concreta posibilidad de no conseguir entradas y la creciente necesidad de pergeñar un plan B, tuve la lucidez de conectar en mi cabeza (algo que ocurre con cierta frecuencia, pero no siempre oportunamente) que sabía alguien del laburo era vecino (En Buenos Aires, naturalmente) del lateral izquierdo del VfB Stuttgart, Emiliano Insúa. Mas casualidad aún, ese sábado 26 de septiembre el conjunto suabo, le tocaba fecha de local ante el Borussia Mönchengladbach. Si había un momento de la vida en el cual tenía que dejar el prejuicio personal de lado era este: tenía que hacer el mangazo. 5 minutos después de preguntarle a Sebastián, él me dijo “Dice que no hay problema, que le avises mas cerca del partido, me dijo que te pase el teléfono”. Golazo: un buen partido a costo cero, cerca del campamento establecido en Frankfurt.






Cerveza de por medio (casi una constante en todo el viaje) en el bar del hostel berlinés, había hablado con Emiliano en la semana, para felicitarlo por la victoria en la englische woche contra el Hannover (y obviamente recordarle que no me deje a gamba), me dijo que le consulte mas cerca del partido pero siendo las 9:30 de la mañana del día del partido yo no sabía si tenía la entrada a disposición. Apurando el café del desayuno del hostel de Frankfurt, llegó la confirmación de que la entrada estaba y la dirección del hotel donde concentraban. Me limité a agradecerle y consultar si tenía chance de encontrarlo después del partido para agradecerle personalmente y salí rajando a la estación, porque se me iba el tren y me tenía que clavar una hora mas (De todos modos tenía el abono y con o sin confirmación me iba a mandar para allá)
Biergarten!
Tan rápido salí que había olvidado un pequeño detalle: No había chequeado la dirección del hotel. Afortunadamente, en la oficina de turismo de la Hauptbahnhof de Stuttgart me dijeron que era a cinco cuadras de ahí. Llego al hotel, obviamente un establecimiento de la concha de su madre, cuya única particularidad era que los botones (gente que lleva el equipaje de los huéspedes, no policías) iban de lederhosen en vez de vestidos ridículos y efectivamente en el mostrador estaban las entradas. Con la entrada en mi poder, aproveche el fantástico día con el Inti Suabo (?) brillando en un cielo celeste impecable y pude sacarme la espina con esa institución tan germana como el Bundestag, la Wehrmacht o eliminar a Argentina de un mundial de fútbol: El Biergarten, que además tenía el agregado del Oktoberfest y gente con sus Lederhosen, pero sin la música esa de mierda que solo se banca después de haberte tomado 61 litros de birra. Después de un litro de Weissbier (innecesario considerando la abundante ingesta de Kölsch de la noche anterior) y un Brezel, di una escueta vuelta por el centro y me fui al NeckarStadion (ahora conocido como el Mercedes Benz Arena a fines de mercadeo) a pesar de que faltaban dos horas y media para el partido, porque, a decir verdad, tenía una vaga idea de cuan lejos estaba el estadio y ni el menor indicio de cómo llegar. Por suerte en una de las plataformas del S-Bahn local había uno con destino a un lugar llamado NeckarPark (Stadion), lo cual me solucionó el temita de ver como llegar. En un momento vacilé sobre si ese era el tren correcto, porque había alguna camiseta del VfB (Me llamó la atención particularmente un hincha que sostenía una lata de energizante y una petaca de Jägermeister y las consumía simultáneamente haciendo la JägerBomb mas distintiva que vi en mi vida) pero básicamente había muchas mas adolescentes con cuerpos de mujeres hechas y derechas cubiertos por vestidos típicos pero de corte sugerente (Que me llamaron mucho mas la atención que el Jägerbombista artesanal, pero que en retrospectiva me dejaron contrariado) de las festividades de Octubre en Alemania (Contrariamente a la estructura germana y a la literalidad se festejan mayormente en Septiembre). Conforme se acercaba el tranvía se iba acercando al estadio se sumaron mas hinchas, mas gente disfrazada de OktoberFest pero a su vez mas niñas portando remeras de Violetta con sus madres, lo que en lugar de alegrarme por el éxito de un compatriota me dejó bastante desorientado porque 10 de cada 10 niñas portaban una remera con su cara ¿Su popularidad global sería mas amplia de lo que yo pensaba? ¿Sería la artista de preferencia entre hipsters alemanes de 4 a 6 años? ¿Serán una secta infanto-satánica? Muchas preguntas, que tratándose de una artista vinculada a Disney, cualquier respuesta podría ser posible. Finalmente, se fueron revelando las dudas en el camino del tranvía. Inmediatamente a la derecha de la estación NeckarPark (Stadion) había un parque de diversiones donde confluía la gente que iba a celebrar las festividades de Octubre en Septiembre, en una carpa gigante, donde fluía a buen ritmo la cerveza y sonaban esas polkas de mierda. Seguí caminando con los fans del Stuttgart y las fans de Violetta con sus respectivas madres, cruzando un puente que pasaba por sobre (obviamente) la MercedesStrasse y que te depositaba en el Porsche Arena donde, oh casualidad, iba a haber una performance artística del producto manufacturado de Disney. Mas adelante, estaba el templo del fútbol al que tenía acceso. Di una vuelta mas en rededor (?) del estadio donde había un par de bares para comer sentado, pero también un par de puestos de expendio de cerveza y bratwurst. Tenía planeado entrar al local oficial sito en un inmueble adjunto, pero se encontraba en remodelación, lo cual no hizo mas que acelerar mi ingreso al Mercedes Benz Arena a falta de mas de noventa minutos del inicio del partido.
 
Mercedes Benz Business Center a.k.a Puerta7
Desde un punto de vista íntimo sentí que el ingreso fue bochornoso. Busco la puerta 7, asignada para mi ingreso. Veo los ingresos para las puertas 1 a la 6, un edificio negro vidriado llamado Mercedes Benz Business Center y detrás las puertas 8 a 13. Me resisto a creer que eso es un ingreso al estadio, mucho menos el que me corresponde a mi aún con un ingreso protocolar. Pregunto a los voluntarios apostados a tal fin. Me dicen que corresponde. Puteo y pregunto internamente porque no a) ponen el nombre del edificio en la entrada o b) no le pintan un 7 en el edificio. Ingreso al edificio: recepción grande, interior de madera, escalera a un segundo piso, empleados ataviados de manera elegante, gigantografías tipo murales de viejas glorias del VfB. Paso la entrada por un lector. Me cortan la entrada con la mano como si fuera un partido en la cancha de Estudiantes de Buenos Aires y me ponen una cinta violeta en mi muñeca derecha. Me quedo parado con la entrada en la mano mirándola, sin poder entender el porque de tanta brutalidad. Puteo porque me voy a quedar con un recuerdo dañado. Me doy cuenta que la brutalidad se extiende a mi muñeca: La cinta aprieta. Puteo de nuevo. Paso y subo dos pisos por la escalera. Llego a un salón que es una especie de salón de fiesta, mesas redondas impecablemente dispuestas, sillas acordes, mozos yendo y viniendo, gente comiendo y bebiendo, un escenario con dos sillas y un par de teles con un partido de Bundesliga.2. Intuyo que no es el lugar al que debería acceder. Me doy vuelta y vuelvo al primer piso. El primer piso es mas un tipo entrepiso y no hay una mierda. Vuelvo al segundo piso. Me quedo haciendo que miro las gigantografías: Klinsmann, uno que si la memoria visual que tengo del album de figuritas del mundial 94’ supongo que es Balakov (mucho mas luego confirmé que era la otra mitad del núcleo creativo de ese ilustre equipo búlgaro), el último equipo que salió campeón en el dosmilalgo y muchas otras fotos en sepia reflejando epopeyas deportivas de antaño que desconocía. Me asomo de vuelta al salón. Veo una puerta con algo verde al fondo. Paso al salón, me acerco a esa puerta y compruebo que aquello verde era el campo de juego. Nadie me interpela por mi presencia ahí y busco la puerta que me correspondía. Cuelgo mi campera en un perchero al lado de la puerta que me correspondía. Empiezo a pensar que efectivamente ese era mi lugar. Doy una vuelta mas por el salón, detecto 5  barras donde dispendían bebidas y 3 buffets donde había cantidades ingentes de comida. Tengo sed. Pienso que si consumo algo me van a romper el culo. Pido un vaso de agua, total eso no se le niega a nadie. Me dan el vaso de agua. Temo que me cobren. Agradezco. El joven que me dio el vaso de agua me dice nada. Espero una fracción de segundo que me parece una eternidad, a la espera de una reacción posterior. El joven no me pide contraprestación y se dispone a seguir sirviendo vino en unas copas. Me voy a tomar la copa de agua. Mi mente procesa que es todo gratis. Mágicamente los signos de resaca desaparecen y vuelvo a sentir apetito. Apuro la copa de agua y me agarro una de birra. Tampoco me cobran. Una nueva sensación de coraje se apodera de mi persona, siento que no tengo límite alguno, soy invencible, el puto amo de Baden Württenberg. Dejo la copa vacía en la barra y me voy al buffet. Me lleno un plato con cantidades moderadas de jamón asado, ensalada y otras verduras salteadas. Arranca una especie de show en el escenario donde un tipo le hace una entrevista a otro y pasan goles viejos de otros Stuttgart-Gladbach. Consumo el plato de comida con una copa de birra. Termino la copa, un mozo me la retira y antes que me de cuenta efectuó la reposición. Se repite la secuencia anterior de la copa. Percibo pasmado que también hay camisetas del Gladbach. Estoy picado y pienso que si me vienen a cobrar no pago una mierda y les digo que lo carguen a la cuenta del “2”. Después pienso que si está todo pago sería una pena no aprovecharlo. Me reafirmo en lo anterior pensando que si me vienen a cobrar no pago una mierda y les digo que lo carguen a la cuenta del “2” Me sirvo otro plato con comida. Iba a probar el salmón, pero me mantengo con el jamón, esta vez con unas bolas de papa y una especie de soufflé de queso, acompañado de la cerveza de rigor. Estoy picado al punto de estar a la espera que ingresen los novios. Ah, si. Había un partido. Un papelón lo mío.

Tomé mi lugar en la platea a fin de meterme en clima de partido. Pasaron los movimientos precompetitivos, el show del conductor de TV/Maestro de Ceremonias/Animador en un sillón que estaba en un corner, un cocodrilo (muñeco, Colonia es la única ciudad alemana donde meterían un animal vivo en una cancha) que andaba por ahí y el clásico  ritual del anuncio de las formaciones.
Habiendo seguido bastante de la campaña del Stuttgart puede afirmarse que el partido de los por ese entonces dirigidos por Zorniger fue típico. Una especie de pressing tibio en toda la cancha con todos los beneficios y contras que eso implica con demostraciones crónicas de ineptitud en toda la cancha. A pesar de un arranque superior en desarrollo, Stuttgart se encontró dos goles abajo cortesía de un balón parado de Xhaka y un desafortunado gol en contra de Gentner. Los locales, alentados por su gente al ritmo de los Fabulosos Cadillacs, siguieron en su búsqueda ofensiva con escaso recelo por el aspecto defensivo y mas escasa puntería aún hasta que Ginczek de penal llegó al descuento.

Zona de Hospitality
En el entretiempo me dispuse a ir al baño con la consigna de evitar consumir cerveza, pero en el salón estaban sirviendo currywurst, lo cual fue causal de consumo de dos o tres cervezas mas (ya había perdído la cuenta). Esto viene a cuenta de lo que sirve como resumen del partido en general: Como quien escribe, el Stuttgart se fue desdibujando conforme avanzaba la jornada. El VfB aún tenía volumen de juego como para jugar en campo rival, pero los escasos momentos donde el juego trascurría cerca de la zona defensiva del Stuttgart hacían temer que tal vez el gol de la visita llegara primero. Casi hasta el final no llegó el acto que precipitó el desenlace del partido: Nuestro héroe Insúa mostró su humanidad dejando corta una bocha, hecho que fue debidamente aprovechado por Raffael, que como una bala perdida se fue solo y puso el 3-1 definitivo.

Después de gestiones infructuosas por la obtención de Wi-Fi, que consistieron mayormente en un coqueteo con una morocha extrañamente simpática (En esa zona aparentemente la amabilidad es obligatoria, pero la simpatía no se usa tanto)  que trabajaba allí (el coqueteo también fue infructuoso), ya no había posibilidad de poder agradecerle personalmente a Emiliano después del partido, por lo que quien escribe trató de sacar el mejor provecho financiero a la situación: me ahorré la cena a merced de la amplia selección de quesos que ofrecía el servicio de catering e ingresé a mi organismo otro litrito de Krombacher.
Subido al S-Bahn que me llevaba de vuelta al HBF de Stuttgart prontamente me di cuenta que no era el único que se había quedado escabiando después del partido: Además de los que fueron a tal fin al OktoberFest en el predio adyacente, había un hincha del Stuttgart en estado visiblemente etilicoso y un puñado de hinchas visitantes, vociferando su apoyo a los Potrillos, golpeando las instalaciones del tranvía y gritando algo de la Champions League, dejando al resto del pasaje mirando de reojo en un típico gesto teutón de indignación pasiva.

Después de una (no tan infrecuente) demora del tren de la Deutsche Bahn que me devolvía a Frankfurt, volví a recuperar el Wi-Fi y le agradecí efusivamente la entrada a Emiliano por What´s App (No se si daba para decirle que me ahorre el almuerzo y la cena y volví con un nivel de alcohol en sangre no recomendable) y me dispuse a hacer dos cosas que llevaba bastante tiempo sin hacer: Tomar un vaso de agua e irme a dormir un buen tirón.