viernes, 22 de septiembre de 2017

Europa desde una butaca: Casi 20 años después

La camiseta que lo empezó todo
Sin saberlo, el día 1 de Octubre del 2016 para mi había comenzado mas de 18 años antes con un regalo de cumpleaños en un lugar del centro de Capital Federal que solo se dedicaba a la venta de artículos relacionados al fútbol. Ante la posibilidad de elegir una camiseta entre varias, me quedé con una amarilla y negra de la marca alemana Puma: La contraforma de los detalles negros, el cuello y la parte baja de la casaca contenían la silueta de la cabeza del lobo que representaba el escudo del club que a su vez tenía un entramado en amarillo mas claro que formaban mas escudos del club, con una serie de letras WM en amarillo haciendo de vivos en la manga. Si la imagen mental les evoca un esperpento, ese era el objetivo de la descripción. Pero también recuerden que esto era a fines de la década del 90’ y en esa época ese tipo de diseños aún era increíblemente copado, especialmente donde uno era un preadolescente (mas pre que adolescente) bastante menos cínico y mucho mas impresionable. Unas letras doradas en el escudo identificaban a la camiseta como del Wolverhampton Wanderers F.C. Ese momento marcó el comienzo dos etapas significativas y que aún perduran: La colección de camisetas de fútbol y el vínculo con Wolverhampton Wanderers. A partir de ahí el PC Fútbol, Championship/Football Manager, Dial-Up, Banda Ancha, Roja Directa, algún partido por Fox/ESPN en los años que el equipo se coló en la Premier fueron la conexión, alguna idea de cómo estaba o al menos saber los nombres de quien jugaba. Obviamente, con el tiempo se hizo todo mas fácil y el vínculo mas fuerte, no necesariamente mas profundo pero si mas constante, mas presente, mas palpable. 

Y ahí estaba quien escribe, parado en el hall central de la estación de Euston, esperando que anuncien el anden del que saldría el tren que me dejaría en Wolverhampton. Tenía miedo. No podía abrigarme en la calidez de la teoría de las bajas expectativas. Había esperado mucho tiempo. Este día no podía ser menos que perfecto.
Identifiqué dos hinchas mas de Wolverhampton en el tren, pero éramos minoría: También jugaba Birmingham City de local, dos estaciones de tren antes de Wolverhampton y eran mayoría (No debían ser mas de 10 pero eran mayoría). La desventaja numérica en ese vagón se amplió en Birmingham New Street donde los hinchas Blues se bajaron para ir al no muy lejano St. Andrews y subieron como 40 hinchas del Aston Villa, que ese día visitaba Preston. La convivencia duró menos de media hora, porque la distancia entre Birmingham y Wolverhampton es poca y la única parada intermedia era la estación de Sandwell y Dudley, también conocida cono la Moreno y Fabianesi de las estaciones de tren inglesas.
Stan Cullis Stand
Y ahí estaba quien escribe, en la (bastante básica, debo admitir) estación de tren de Wolverhampton, La primera impresión no era muy alentadora: Voy a recordar siempre el momento que uno de los hinchas que venía de Euston venía caminando adelante mío y dijo: “Ah, Wolverhampton, donde siempre brilla el sol”. Clásico humor inglés, porque llovía a cagarse. Traté de dar alguna vuelta por el centro de una ciudad que se advertía objeto de una realidad económica mas cruda, desigual, de lo que había visto en Londres (O de lo que se deja ver) que de alguna manera me resultó mas familiar, me hizo sentir mas cómodo. La lluvia ahogó cualquier plan que podía tener de conocer algo de la ciudad, así que me metí en un trucho centro comercial al final de Dudley St., la principal peatonal comercial, para almorzar y esperar a que amaine la lluvia. Almorcé, pero cuando salí, aconteció lo que creía imposible: Llovía mas que antes. Igual hice de tripas corazón y caminé los diez minutos del centro hacia el estadio.
El Museo
Molineux desde el tunel
Y ahí estaba quien escribe, parado debajo de la lluvia, absolutamente cautivado por la imagen de Molineux, buscando conciencia de donde había llegado después de pasar por la Catedral de San Pedro y cruzar por el túnel que pasaba por debajo una autopista. Di la vuelta al estadio, contemplé y saqué fotos a las estatuas de Stan Cullis y Billy Wright y me metí en la espaciosa tienda comercial del club para comprar la entrada para acceder al museo del club. Faltaban cuatro horas y media para el partido y el museo no había abierto, pero el empleado que estaba allí lo abrió para mi (aparentemente los horarios los días de partido son mas flexibles). Mientras este empleado me explicaba amablemente todo en el característico cerrado acento local, la emoción me estaba empezando a ganar y estaba como estuvieran cortando una cebolla al lado mío. Y ahí estaba quien escribe, contemplando lo que tenía para ofrecer el museo: una cantidad importante de objetos de valor como camisetas y otros, un repaso breve pero sustancioso de cada etapa de la historia del club (incluso de los peores momentos), pantallas con videos de la mejor época del club entre los 50’ y mediados de los 70’, una foto de Robert Plant, una sala de videos con la historia reciente del club y un par de juegos que eran mas para los niños (De todos me saqué un par de fotos con la lona de las conferencias de prensa). De ahí el museo da salida hacia la tienda del club a través de la manga de salida al campo de juego. Me sorprendió la compostura para no regalarme a la compulsión consumista mas oscura que brotaba de lo mas hondo de mi alma, aunque de todos modos salí aferrando a una bolsa gigante como si estuviera agarrado al Santo Grial.


Llovía todavía mas. Quedaban casi tres horas para el partido así que volví al centro de la ciudad pero la lluvia me obligaba a tomar decisiones. En realidad me obligaba a tomar, así que entré en lo que parecía una casa reconvertida en un pub llamado Lych Gate Tavern. El seguridad de la puerta me hizo un chiste por la lluvia cuando entraba, sonaba “Rock Bottom” de UFO y había una canilla de Krusovice, cerveza que recorrió mi tráquea repetidamente en un sótano de Praga hace poco mas de un año atrás. No había mucha gente, solo un par de camisetas de los Wolves. No me importó, me sentí invariablemente local, bien recibido, a gusto en un lugar en el que nunca había estado en mi vida hasta hace 2 horas. Ya no tenía miedo, estaba disfrutando el día, el lugar, de estar en un lugar en el que quise estar durante mucho tiempo. De todos modos seguía con ganas de recorrer el centro y decidí desafiar a la lluvia: Error, a los 10 minutos estaba de vuelta en el Lych Gate. De pronto se había llenado de camisetas del conjunto local (No admitían hinchas visitantes) y había clima de partido, salían las cervezas locales para todos, incluso para los veteranos salían un vaso de whisky con soda para acompañar una pinta. Me quedé al lado de la barra del segundo piso y traté de observar y absorber cada segundo de la previa, tratando de ver todo, pero a su vez como si no me vieran, siendo solo un par de ojos (Un par de ojos tomando birra como un vikingo, pero un par de ojos al fin). Después de otras dos birras mas ya estaba manija y me fui a la cancha. Afortunadamente ya no llovía tanto, pero había refrescado. Debo admitir que me costó encontrar la puerta que me correspondía  (En algunos estadios, la entrada refleja la puerta de ingreso a tu asiento dentro del inmueble, no así la puerta que te corresponde para ingresar al inmueble) y luego pasar por ella (Los molinetes son increíblemente estrechos y a duras penas hay lugar para un físico como el mío) pero lo logré con tiempo suficiente como para meter un tradicional pint & pie antes de que los equipos salgan a la cancha en las cavernosos entrañas de Molineux, aspecto logrado por la reticencia a darle una mano de yeso o de pintura a la pared de ladrillos de concreto. Si bien el pie y la birra local estaban muy bien, un hincha local disfrutó mucho mas mi pie, observando como lo intentaba comer con éxito, pero sin ningún reparo por las formas. Le tuve que confesar que no era de ahí en el improbable caso que no se hubiera dado cuenta, para pasar el papelón con un poco mas de gracia.  
Pint and Pie
Las entrañas de Molineux













Y allí estaba quien escribe, finalmente en su butaca del South Bank de Molineux, viendo a Wolverhampton salir a la cancha mientras sonaba Hi Ho Silver Lining. La atmósfera no era particularmente cautivante. Con toda la furia la mitad de la capacidad de Molineux estaba cubierta producto de lo tarde del partido, las inclemencias del clima y la televisación del partido, pero también es justo decir que la banda del South Bank puso mucho ruido en apoyo al equipo, pidiendo que el carismático y querible chantapufi de Walter Zenga (Si, el arquero italiano de Italia 90’) nos lleve a la Premier. En una de las plateas y haciendose notar mucho menos en términos de ruido, estaban aquellos hinchas visitantes que recorrieron 231 km. desde Norwich para ver al City, los Canarios, rivales circunstanciales de Wolverhampton esa noche.

Y ahí estaba quien escribe, sintiendo como su pequeño mundo mágico, que había construido en 7 u 8 horas, se derrumbaba en 2 minutos: Un centro de Wes Hoolahan, bastante pedorro, llovido y en diagonal al corazón del área, encontró a Cameron Jerome que cabeceó al gol, solo, solísimo, desatendido por el capitán Danny Batth a la altura del punto del penal. Había salido todo perfecto, pero el fútbol siendo fútbol parecía no querer permitir que sea un día perfecto.
Wolverhampton tenía que responder: una bocha larga, al cajón, sin destino aparente, mostró que la presencia de Helder Costa ahí tenía el mismo sentido que la de un argentino que armó sus vacaciones en torno a ir a ver ese partido que muchos olvidaron rápidamente. El portugués mostró una velocidad muy superior a la del resto de la cancha y enganchó hacia el medio donde buscó sin éxito el segundo palo del arco rival con un remate con efecto. Eventualmente, Norwich demostró que era un equipo superior, técnica y tácticamente y de no ser por la intervención del arquero local Carl Ikeme, podría haberse ido con algún gol mas de ventaja al entretiempo. No había sido un gran partido, como muestra la South Bank le recordó (con razón) a la parcialidad visitante que ganaban 1-0 y todavía no habían cantado y que su apoyo era una mierda.
El arranque del segundo tiempo fue mas de lo mismo, Norwich con control del juego, mientras que Wolverhampton parecía tener el mandato de jugar un fútbol prolijo, pero de no tener ni la menor idea de cómo hacerlo. El visiblemente ofuscado Zenga encontró un revulsivo cuando sacó al inexpresivo, abúlico y exasperante wing portugués Teixeira y mando a la cancha a Nouha Dicko, favorito de la hinchada, vivado durante todo el calentamiento y que volvía después de un largo parate por lesión. De esa manera, el local perdía elaboración, pero ganaba peso ofensivo, cuestión palpable en el desarrollo del juego: El recién ingresado Dicko tuvo una chance inmejorable y luego Helder Costa desvío un remate desde el borde del área. En la primera posibilidad que Norwich tuvo de respirar, le asestó un duro golpe a Wolves: avanzaron en bloque y el irlandés Robbie Brady sacó un zurdazo con efecto desde 20 metros que hizo estéril el esfuerzo de Ikeme y de cualquier otro arquero que hubiera estado ahí. Fue tan distinguido el gol que el termo que tenía al lado y no paró de cantar un minuto, no pudo hacer otra cosa mas que aplaudir. Personalmente le deseé lo peor al autor del gol para el resto de su vida, días después me sentí un poquito culpable de haberle deseado tanto mal. En fin, con el 2-0 en contra, el visiblemente golpeado conjunto local siguió yendo solo para comprobar el principio físico de la inercia y en honor al lema local apareció la luz que surge de la oscuridad: El regular Doherty puso un lindo centro para la llegada de Edwards, el único de los tres volantes que consiguió pasarle la pelota a un compañero con cierta regularidad durante los 80 minutos previos, que puso el descuento con un cabezazo inapelable.
El gol revitalizó a la gente y a los jugadores: se multiplicaron las voces y también los delanteros, Batth terminó jugando de 9, además del (bastante tardío) ingreso de Mason. De todos modos, solo tuvo una chance para poder empatarlo y ni siquiera fue tan clara. Este análisis frío solo lo pude hacer con el beneficio de la perspectiva: No sabía si de manera inconsciente estaba en un lugar en el que en el mejor de los casos no volvería inmediatamente y estaba compenetrado con la experiencia que había vivido durante el día viví ese momento de manera increíblemente intensa.


Terminó el partido y tanto jugadores como DT se acercaron para retribuir el apoyo a pesar de la floja actuación con un aplauso. Para combatir la decepción del resultado negativo me quedé alrededor del estadio bajando un paty bastante pateador de hígado mientras una radio que sonaba en el puesto daba cuenta del desánimo por una (En realidad otra) floja actuación de mi querido Wolverhampton. Camino a la estación pasé por el famoso Slade Rooms y compré 4 latas de Foster’s para amenizar el regreso en tren.


Y ahí estaba quien escribe, entre birra, birra y un montón de ropa húmeda en el último tren a Londres (había solo una persona de extracción asiática y justamente un hincha del Norwich, lo que me permitió esparcir toda la ropa mojada que el pudor me permitiera extender en otros asientos) haciendo el balance de la tarde: Me cague mojando y el equipo perdió, aunque me sentí cómodo en la ciudad, viviendo una experiencia auténtica y al menos el equipo prestó un esfuerzo muy honesto en pos de maquillar defectos futbolísticos muy difíciles de ocultar. En el balance: No fue el día perfecto que siempre soñe. Pero me di cuenta que tampoco tenía porque serlo. We are Wolves.

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