Lo primero que veo en
la habitación es una pareja de chinos comiendo golosinas y jugando un juego de
cartas. Y luz, mucha luz. Vuelvo a calibrar la mirada. Veo una pareja de chinos
comiendo golosinas y jugando un juego de cartas. Y luz, mucha luz. A pesar de
mis previsiones optimistas me levanté liquidado y con resaca. Me voy a bañar.
Las cosas no mejoran. Me olvido la ropa que me iba a poner para el día y la
tarjeta de entrada en la habitación (El baño no era ensuite). Golpeo la puerta
a ver si estaban los chinos comegolosinas ludópatas. No responde nadie. Tengo
que bajar cuatro pisos en toalla a la recepción a pedir una tarjeta.
Efectivamente los chinos ya habían liberado la habitación. Al día siguiente me
daría cuenta que también había olvidado el jabón en el baño.
Desayuné un café
bastante frío (Raro, dado el buen servicio que tenía el hostel) mientras
diagramaba un recorrido turístico que modificara la muy pobre imagen que tenía
de la ciudad de Frankfurt, que lo único que tenía para mostrarme hasta ese momento
era una estación de tren para nada agradable y una zona roja que invitaba mas
al ilícito que al pecado. En camino a zonas mas atractivas visualmente, el
andar, el escenario a lo largo de la vera del río Main (Meno según Wikipedia),
mas el clima soleado, pero gentilmente fresco generó un entorno propicio para
la reflexión. Después de haber apreciado la majestuosidad histórica del
Olímpico de Berlín, haber vibrado con el fantástico ambiente en Colonia y haber
visto el (en papel) mejor partido de fútbol en un ambiente lujoso como el
Mercedes Benz Arena de Stuttgart; mas la situación de resaca y cansancio que
generó una situación lamentable como la narrada en el primer párrafo, de pronto
Eintracht Frankfurt-Hertha Berlín y todo lo que ese duelo conllevaba (i.e.
Escenario majestuoso, pero en nivel inferior a Berlín; una hinchada local
orgullosa y seguidora, pero no al nivel de Colonia y un partido decente, pero
no con equipos del nivel del Gladbach principalmente) no resultaba un plan
particularmente atractivo. No obstante esto, la entrada estaba paga e incluía
el transporte público hacia el WaldStadion, por lo que apenas pasando el medio
día me subí a un tranvía que de la estación central me llevaba al estadio.
Transcurriendo el
viaje en tranvía (No precisamente breve) siento que algo me aprieta la muñeca.
Era la puta cinta del día anterior con el notorio escudo del Stuttgart. Tironeo
de la misma sin final exitoso, la cinta era de una tela resbalosa de mierda,
por lo cual me encuentro en un dilema: En principio esto es Frankfurt, uno de
los principales centros financieros del primer mundo, con lo cual no debería
generarme inconvenientes, pero el instinto primitivo de conservación porteña me
hace pensar que es mas prudente taparme la cinta con el buzo. El recorrido a
través de prolijos barrios residenciales es ameno, pero escaso de hitos
estéticamente llamativos, hasta que finalmente el tranvía de la línea 21 me
deja en la estación del estadio, que literalmente se traduce como “Estadio del
Bosque”, conocido como Commerzbank Arena por motivos publicitarios. Salí de la
estación, seguí la señalización que me llevaba por debajo de un puente, donde
había una serie de puestos de productos gastronómicos habituales en el marco de
los estadios germánicos. Como ameritaba almorzar algo (Mas allá del desayuno
seguía con leve desacomodo estomacal producto de la continuada ingesta de
cerveza de los dáis anteriores) fui con la única variante que era novedosa: el
Schweinsteak, un churrasco de cerdo marinado con especias en forma de sanguche
con 11 kilos de cebolla también marinadas. Obviamente, y desacreditando lo
anterior, el bocadillo debió ser debidamente ajusticiado con un vaso de
Budweiser Original (mucho mas recomendable que su primo bobo norteamericano) lo
cual me dejó en estado catatónico por el resto de la tarde.
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Que el estadio no tape el bosque. O al revés. O algo así |
Después de consumado
el acto alimentario, presenté entrada para acceder al predio, donde claramente
se entendía la esencia del nombre original del estadio: caminé por un sendero
de 400 metros en medio de un bosque frondoso que no delata la presencia
inmediata de una mole de concreto, hasta que de pronto se abre el panorama y
detrás de cuatro canchas de fútbol 11 se impone en el horizonte el estadio. Di
una pequeña vuelta por el estadio para ver aproximadamente por donde
correspondía el ingreso a mi asiento y me dispuse a hacer la fila
correspondiente para ingresar al local oficial del Eintracht dentro del estadio
a fin de conseguir aquella casaca suplente que ya tenía entre ceja y ceja desde
antes del viaje estando en Buenos Aires. En el momento que esperaba para
ingresar al local, analizaba la posibilidad de estamparle algún número de algún
jugador para hacerla un poco mas completa, el problema es que no había ningún
jugador que conociera de antemano por lo que hice un breve análisis de mercado
en busca del jugador mas representativo: El futbolista mas estampado en la
espalda de los concurrentes era sin duda el número 14, Alex Meier; pero aún no
estaba convencido. Una vez que entre al local, sin duda me hice estampar la 14,
la de Alex Meier.
No pocas veces escuché
que hay un solo Dios, pero que Dios es una figura que la gente interpreta de
distintas maneras y le asigna distintas formas. En el fútbol, la figura de Dios
representa lo mismo para todos los hinchas, pero estos eligen en quien encarna
otorgándole así ese status de deidad como máximo apoyo de incondicionalidad en
retribución a las prestaciones otorgadas. Uno, viniendo de Argentina, debería
saberlo mejor que nadie, siendo una nación que aún está esperando al Messias
que nos haga olvidar a D10s y mas localmente, en las barriadas del oeste
porteño, profesamos absoluta devoción por Dio5, un lateral derecho por demás
aguerrido hasta lo áspero, que a base de esos atributos y polifuncionalidad
defendió la camiseta de Vélez en partidos oficiales mas veces que cualquier ser
humano que jamás haya habitado esta tierra. Y Eintracht Frankfurt tiene el
suyo: Alexander “FussballGott” Meier. En la iconodulía del la tienda oficial
del club o en la liturgia del grito de gente en la presentación de la formación
en la paquidérmica pantalla del Waldstadion ese hombre de mas de un metro
noventa, amplia estructura física, peinado de coleta y movimientos espesos que
camuflan una exótica eficiencia se funde con la existencia de una entidad
supraterrenal. Debo admitir que al comienzo compré la existencia de este parco
dios teutón, pero una vez comenzado el partido dudé: su falta de plasticidad y
sensibilidad al contacto de la pelota cuando se alejaba del área alborotaba e
ilusionaba a sus fieles alrededor mío, pero parecía que mas que fanatismo era
sorna digna del mas seco humor alemán o producto de nostalgia de un fútbol que
ya no era; mas que una divinidad tenía delante una reliquia de ese fútbol
alemán de antaño enterrado por un alud de petisos de gran destreza técnica alla
Götze, Reus, Özil et al: muscularidad, funcionalidad, pragmatismo, un
anacronismo antropomorfo que si, a nivel personal, tuviera que vincularlo con
un evento místico sería con una resurrección del Flaco Nanni a comienzos del
tercer milenio (La única similaritud entre Nanni y Jesucristo igualmente sería
estética). Pero a los 22’ entendí que no tenía sentido dudar y ponerme del lado de la herejía cuando un corner desde
la derecha que fue peinado en el primer palo por Marco Russ, el 14 en el
segundo palo empujó al arco la pelota deslizándose con un movimiento rústico
para poner el 1-0. La voz del estadio/conductor de TV/Maestro de
Ceremonias/Animador gritó “AAAAALEXANDEEEEER” y el público respondió con un
estruendoso “FUSSBALLGOTT MEIER”, por si me quedaba alguna duda de quien era.



Una vez en
Hauptbahnhof, me dispuse a buscar un lugar para comer allí, pero aparentemente
se usa bajar del tren y comer en la estación, así que caminé por la
Kaiserstrasse para comer en el McDonald’s mas gediento que vi en mi vida (Los
domingos son sagrados en Alemania, no había muchas opciones) y luego me senté en un bar que tenía una tele
en la calle (Primer mundo, amigos) a tomar una birrita de trigo y ver el
segundo tiempo de Borussia Dortmund-Darmstadt donde los visitantes (vecinos de
la ciudad de Frankfurt) lograron un empate en la última del partido. El cierre
del día en el sótano del hotel fue apto para el cierre de la travesía: Birra
(casi una constante del fin de semana), resumen de la fecha de la Bundesliga en
la tele y Huracán-Vélez en los auriculares. Porque se pueden visitar mil
canchas, pero siempre estás volviendo.