Gran ciudad, pero lugar que uno no asociaría con el fútbol.
De todos modos, es el hogar de dos clubes que tienen una dicotomía similar a la
de Glasgow, pero que ha quedado en el olvido para pasar una cuestión de pertenencia
a determinado sector de la ciudad. Mi primera visita fue a las instalaciones
del Hibernian, club que estuvo inicialmente vinculado a la siempre sufrida y
numerosa comunidad católica irlandesa de la zona de Cowgate, área de donde se
transportaba el ganado hacia el mercado de la ciudad anteriormente y donde en
la actualidad, los turistas recorren su historia de día y recorren sus bares y
clubes de noche. Su nombre deriva de Hibernia, nombre que los romanos dieron a
Irlanda y significa “tierra del invierno”. Salí desde Waverley, la estación
central de la ciudad, caminé por la comercial Princes Street, hacia la calle
Leith para rodear Calton Hill. De ahí agarré la apacible calle London hasta
Easter Road, que da nombre al hogar del Hibernian, aunque no esté sobre esa
calle. Se trata de un estadio prolijo, en apariencia modernoso, con una prolija
tienda comercial, situado en una parte de la ciudad que tiene mucho menos
brillo que el centro turístico y que tiene mas que ver con la real composición
social con sus supermercados de precio convenientes, sus almacenes de producto
exclusivamente polacos y/o rusos, con el pulso del día a día del laburante que hace su vida al margen de los turistas
que llegamos en busca de castillos y kilts.
Tynecastle
Si uno se toma el colectivo de la
línea 1, puede ir al hogar del dueño de la otra mitad de la ciudad, Heart of
Midlothian, mas conocido como Hearts, tomando nombre y escudo de la cárcel de
la ciudad ya que los fundadores del club trabajaban allí (En la famosa Royal
Mile, aún se puede apreciar el famoso mosaico con el escudo de la cárcel e
incluso se lo puede escupir, pero si se falla en el esputo, se es pasible de
multa). En Gorgie, una zona de la ciudad que no parece puntualmente mas
acomodada que la de su rival, se encuentra el estadio de Tynecastle, cuyo
estacionamiento y tienda comercial se encuentran sobre la calle McLeod. A decir
verdad, no supe determinar si las estructuras originales habían sido respetadas
y su estilo tenía algo de retro o si las instalaciones estaban algo
deterioradas. Al igual que en Easter Road, un par de fotos al exterior, otra
visita a un prolijo local comercial y de vuelta en la calle. Mientras tomaba el
colectivo para volver al centro, me di vuelta y detrás de Tynecastle estaba la
imponente silueta de Murrayfield, el estadio nacional de rugby, reflejando que
en esta ciudad tal vez el fútbol esté a la sombra del rugby
Birmingham –El palacio de Aston
Fui por el metal, me quedé por el fútbol: En realidad no,
pero si hubo de las dos cosas. Llegué a la fantástica estación central de tren
de Birmingham New Street y luego de dar un par de vueltas, junté coraje y me
hice una escapada a la zona de Aston, hogar actual del Aston Villa, pero
principalmente escenario y musa inspiradora de Black Sabbath, la banda que dio
inicio al género del Heavy Metal, otro gran pasatiempo de quien escribe (Pero
no me da la cara para escribir un blog de eso).
En vez de bajar en la estación
de Aston bajé en la siguiente estación, Witton, que por su apariencia bien
podría localizarse en el algún lugar del conurbano en vez de algún lugar en
Birmingham. Caminé 150 metros entre una fábrica abandonada con murales alusivos
al campeonato continental obtenido por el club y casas bastante descuidadas y
ya me encontré en el estacionamiento del Villa Park, un estadio bien mantenido,
pero con el encanto tradicional de los estadios típicos ingleses. Como hasta
ese momento saqué un par de fotos al exterior y entre al local comercial sin
comprar nada ya que si bien la ropa tentaba , el cartel de la inminente visita
de mi Wolverhampton a ese inmueble me recordaba que de alguna manera estaba ahí
como infiltrado. De todos modos, una vez que di la vuelta (Después de pasar por
una calle que pasa por debajo de la tribuna) me encontré maravillado por la casa
de los más acérrimos fanáticos del conjunto de Birmingham: La Holte End. La
fachada antigua con ladrillos a la vista en el estilo industrial típico de la
ciudad, las escalinatas, los vitrales, el Holte Hotel... Después se camina
Aston y se vuelve a la realidad: una ciudad cuya banda de sonido al son del
metal pesado fue reemplazada por el movimiento de los negocios a la calle,
donde las caras redondas y rozagantes fueron reemplazadas por rasgos de lares
hindúes/islámicos y los pubs dieron lugar a las mezquitas como lugar de
reunión. A pesar de que los tiempos cambiaron, cerca de la estación de Witton
hay un pedazo del Birmingham de hace 40, 50 años y recuerda a todos que este
club, al igual que su ciudad, supieron conocer tiempos mejores, pero que la historia
y la grandeza siguen ahí. Solo el tiempo dirá si todo volverá a ser como antes.
Dublin - Cerrando el círculo
Odio las fechas FIFA. Me chupa un huevo la selección, el 95%
de los que juegan ahí y todos los obsecuentes que la rodean. Le deseo lo peor a
la AFA en todo lo que emprenda por inútiles y corruptos. Solo la presencia del
Tigre Gareca en Perú logra ponerle un poco de pasión a esas fechas, porque uno
siente cierta gratitud a aquellos que lo hicieron feliz alguna vez.
The Fields of Athenry
Dublin no era un mal lugar para estar en una fecha FIFA ya
que no es una de las grandes capitales del fútbol mundial justamente. Justo
jugaba la selección local contra Georgia, pero el alto precio de las entradas
(160 euros la mas económica), me hizo recalcular planes. Por eso en vez de
pasar el día en la ciudad, tomé una excursión a Irlanda del Norte donde tomé
dimensión de todo lo absurdo que era la situación política en la isla (la
decisión del Brexit lo hará todo mas absurdo aún) y pasé por lugares
absolutamente impresionantes. Al final de la excursión que había durado todo el
día, el guía hizo algunas recomendaciones respecto a que hacer a la noche,
entre ellos ver el segundo tiempo del partido de la selección a un bar llamado
“The Celt”, la cual acepté y resultó ser una gran decisión. Entre Guinness y
Fish & Chips hice las paces con Robbie Brady sin que el lo supiera. Tampoco
supo que le había deseado lo peor después de ese zurdazo fantástico que echó
por tierra mis ilusiones de ver a mis Wolves ganar. Pero la imagen de un Brady
yaciendo inerte en el piso después de un horrible choque de cabezas, me hizo
pensar que tal vez no le deseaba tanto la muerte al volante zurdo del Norwich.
Un par de birras después, ya con el partido finalizado me encontré camino al
baño con un cuadro que contenía la letra
de Fields Of Athenry, la canción que me perdí por omisión/negligencia en
Glasgow.
En un bar del centro de Dublin, a metros del Spire, me
echaron un poco de sal en la herida. Pero tampoco eran tan pendientes las
cuentas.
Sin saberlo, el día 1
de Octubre del 2016 para mi había comenzado mas de 18 años antes con un regalo
de cumpleaños en un lugar del centro de Capital Federal que solo se dedicaba a
la venta de artículos relacionados al fútbol. Ante la posibilidad de elegir una
camiseta entre varias, me quedé con una amarilla y negra de la marca alemana
Puma: La contraforma de los detalles negros, el cuello y la parte baja de la
casaca contenían la silueta de la cabeza del lobo que representaba el escudo
del club que a su vez tenía un entramado en amarillo mas claro que formaban mas
escudos del club, con una serie de letras WM en amarillo haciendo de vivos en
la manga. Si la imagen mental les evoca un esperpento, ese era el objetivo de
la descripción. Pero también recuerden que esto era a fines de la década del
90’ y en esa época ese tipo de diseños aún era increíblemente copado,
especialmente donde uno era un preadolescente (mas pre que adolescente)
bastante menos cínico y mucho mas impresionable. Unas letras doradas en el escudo
identificaban a la camiseta como del Wolverhampton Wanderers F.C. Ese momento
marcó el comienzo dos etapas significativas y que aún perduran: La colección de
camisetas de fútbol y el vínculo con Wolverhampton Wanderers. A partir de ahí
el PC Fútbol, Championship/Football Manager, Dial-Up, Banda Ancha, Roja
Directa, algún partido por Fox/ESPN en los años que el equipo se coló en la
Premier fueron la conexión, alguna idea de cómo estaba o al menos saber los
nombres de quien jugaba. Obviamente, con el tiempo se hizo todo mas fácil y el
vínculo mas fuerte, no necesariamente mas profundo pero si mas constante, mas
presente, mas palpable.
Y ahí estaba quien
escribe, parado en el hall central de la estación de Euston, esperando que
anuncien el anden del que saldría el tren que me dejaría en Wolverhampton.
Tenía miedo. No podía abrigarme en la calidez de la teoría de las bajas
expectativas. Había esperado mucho tiempo. Este día no podía ser menos que
perfecto.
Identifiqué dos
hinchas mas de Wolverhampton en el tren, pero éramos minoría: También jugaba
Birmingham City de local, dos estaciones de tren antes de Wolverhampton y eran
mayoría (No debían ser mas de 10 pero eran mayoría). La desventaja numérica en
ese vagón se amplió en Birmingham New Street donde los hinchas Blues se bajaron
para ir al no muy lejano St. Andrews y subieron como 40 hinchas del Aston
Villa, que ese día visitaba Preston. La convivencia duró menos de media hora,
porque la distancia entre Birmingham y Wolverhampton es poca y la única parada intermedia
era la estación de Sandwell y Dudley, también conocida cono la Moreno y
Fabianesi de las estaciones de tren inglesas.
Stan Cullis Stand
Y ahí estaba quien
escribe, en la (bastante básica, debo admitir) estación de tren de
Wolverhampton, La primera impresión no era muy alentadora: Voy a recordar
siempre el momento que uno de los hinchas que venía de Euston venía caminando
adelante mío y dijo: “Ah, Wolverhampton, donde siempre brilla el sol”. Clásico
humor inglés, porque llovía a cagarse. Traté de dar alguna vuelta por el centro
de una ciudad que se advertía objeto de una realidad económica mas cruda,
desigual, de lo que había visto en Londres (O de lo que se deja ver) que de
alguna manera me resultó mas familiar, me hizo sentir mas cómodo. La lluvia
ahogó cualquier plan que podía tener de conocer algo de la ciudad, así que me
metí en un trucho centro comercial al final de Dudley St., la principal
peatonal comercial, para almorzar y esperar a que amaine la lluvia. Almorcé,
pero cuando salí, aconteció lo que creía imposible: Llovía mas que antes. Igual
hice de tripas corazón y caminé los diez minutos del centro hacia el estadio.
El Museo
Molineux desde el tunel
Y ahí estaba quien
escribe, parado debajo de la lluvia, absolutamente cautivado por la imagen de
Molineux, buscando conciencia de donde había llegado después de pasar por la
Catedral de San Pedro y cruzar por el túnel que pasaba por debajo una
autopista. Di la vuelta al estadio, contemplé y saqué fotos a las estatuas de
Stan Cullis y Billy Wright y me metí en la espaciosa tienda comercial del club
para comprar la entrada para acceder al museo del club. Faltaban cuatro horas y
media para el partido y el museo no había abierto, pero el empleado que estaba
allí lo abrió para mi (aparentemente los horarios los días de partido son mas
flexibles). Mientras este empleado me explicaba amablemente todo en el
característico cerrado acento local, la emoción me estaba empezando a ganar y
estaba como estuvieran cortando una cebolla al lado mío. Y ahí estaba quien
escribe, contemplando lo que tenía para ofrecer el museo: una cantidad
importante de objetos de valor como camisetas y otros, un repaso breve pero
sustancioso de cada etapa de la historia del club (incluso de los peores
momentos), pantallas con videos de la mejor época del club entre los 50’ y
mediados de los 70’, una foto de Robert Plant, una sala de videos con la
historia reciente del club y un par de juegos que eran mas para los niños (De
todos me saqué un par de fotos con la lona de las conferencias de prensa). De
ahí el museo da salida hacia la tienda del club a través de la manga de salida
al campo de juego. Me sorprendió la compostura para no regalarme a la
compulsión consumista mas oscura que brotaba de lo mas hondo de mi alma, aunque
de todos modos salí aferrando a una bolsa gigante como si estuviera agarrado al
Santo Grial.
Llovía todavía mas.
Quedaban casi tres horas para el partido así que volví al centro de la ciudad
pero la lluvia me obligaba a tomar decisiones. En realidad me obligaba a tomar,
así que entré en lo que parecía una casa reconvertida en un pub llamado Lych
Gate Tavern. El seguridad de la puerta me hizo un chiste por la lluvia cuando
entraba, sonaba “Rock Bottom” de UFO y había una canilla de Krusovice, cerveza
que recorrió mi tráquea repetidamente en un sótano de Praga hace poco mas de un
año atrás. No había mucha gente, solo un par de camisetas de los Wolves. No me
importó, me sentí invariablemente local, bien recibido, a gusto en un lugar en
el que nunca había estado en mi vida hasta hace 2 horas. Ya no tenía miedo,
estaba disfrutando el día, el lugar, de estar en un lugar en el que quise estar
durante mucho tiempo. De todos modos seguía con ganas de recorrer el centro y
decidí desafiar a la lluvia: Error, a los 10 minutos estaba de vuelta en el
Lych Gate. De pronto se había llenado de camisetas del conjunto local (No
admitían hinchas visitantes) y había clima de partido, salían las cervezas
locales para todos, incluso para los veteranos salían un vaso de whisky con
soda para acompañar una pinta. Me quedé al lado de la barra del segundo piso y
traté de observar y absorber cada segundo de la previa, tratando de ver todo,
pero a su vez como si no me vieran, siendo solo un par de ojos (Un par de ojos
tomando birra como un vikingo, pero un par de ojos al fin). Después de otras
dos birras mas ya estaba manija y me fui a la cancha. Afortunadamente ya no
llovía tanto, pero había refrescado. Debo admitir que me costó encontrar la
puerta que me correspondía (En algunos
estadios, la entrada refleja la puerta de ingreso a tu asiento dentro del
inmueble, no así la puerta que te corresponde para ingresar al inmueble) y
luego pasar por ella (Los molinetes son increíblemente estrechos y a duras
penas hay lugar para un físico como el mío) pero lo logré con tiempo suficiente
como para meter un tradicional pint & pie antes de que los equipos salgan a
la cancha en las cavernosos entrañas de Molineux, aspecto logrado por la
reticencia a darle una mano de yeso o de pintura a la pared de ladrillos de
concreto. Si bien el pie y la birra local estaban muy bien, un hincha local
disfrutó mucho mas mi pie, observando como lo intentaba comer con éxito, pero
sin ningún reparo por las formas. Le tuve que confesar que no era de ahí en el
improbable caso que no se hubiera dado cuenta, para pasar el papelón con un poco
mas de gracia.
Pint and Pie
Las entrañas de Molineux
Y allí estaba quien
escribe, finalmente en su butaca del South Bank de Molineux, viendo a
Wolverhampton salir a la cancha mientras sonaba Hi Ho Silver Lining. La
atmósfera no era particularmente cautivante. Con toda la furia la mitad de la
capacidad de Molineux estaba cubierta producto de lo tarde del partido, las
inclemencias del clima y la televisación del partido, pero también es justo
decir que la banda del South Bank puso mucho ruido en apoyo al equipo, pidiendo
que el carismático y querible chantapufi de Walter Zenga (Si, el arquero
italiano de Italia 90’) nos lleve a la Premier. En una de las plateas y
haciendose notar mucho menos en términos de ruido, estaban aquellos hinchas
visitantes que recorrieron 231 km. desde Norwich para ver al City, los
Canarios, rivales circunstanciales de Wolverhampton esa noche.
Y ahí estaba quien
escribe, sintiendo como su pequeño mundo mágico, que había construido en 7 u 8
horas, se derrumbaba en 2 minutos: Un centro de Wes Hoolahan, bastante pedorro,
llovido y en diagonal al corazón del área, encontró a Cameron Jerome que
cabeceó al gol, solo, solísimo, desatendido por el capitán Danny Batth a la
altura del punto del penal. Había salido todo perfecto, pero el fútbol siendo
fútbol parecía no querer permitir que sea un día perfecto.
Wolverhampton tenía
que responder: una bocha larga, al cajón, sin destino aparente, mostró que la
presencia de Helder Costa ahí tenía el mismo sentido que la de un argentino que
armó sus vacaciones en torno a ir a ver ese partido que muchos olvidaron
rápidamente. El portugués mostró una velocidad muy superior a la del resto de
la cancha y enganchó hacia el medio donde buscó sin éxito el segundo palo del
arco rival con un remate con efecto. Eventualmente, Norwich demostró que era un
equipo superior, técnica y tácticamente y de no ser por la intervención del
arquero local Carl Ikeme, podría haberse ido con algún gol mas de ventaja al
entretiempo. No había sido un gran partido, como muestra la South Bank le
recordó (con razón) a la parcialidad visitante que ganaban 1-0 y todavía no
habían cantado y que su apoyo era una mierda.
El arranque del
segundo tiempo fue mas de lo mismo, Norwich con control del juego, mientras que
Wolverhampton parecía tener el mandato de jugar un fútbol prolijo, pero de no
tener ni la menor idea de cómo hacerlo. El visiblemente ofuscado Zenga encontró
un revulsivo cuando sacó al inexpresivo, abúlico y exasperante wing portugués
Teixeira y mando a la cancha a Nouha Dicko, favorito de la hinchada, vivado
durante todo el calentamiento y que volvía después de un largo parate por
lesión. De esa manera, el local perdía elaboración, pero ganaba peso ofensivo,
cuestión palpable en el desarrollo del juego: El recién ingresado Dicko tuvo
una chance inmejorable y luego Helder Costa desvío un remate desde el borde del
área. En la primera posibilidad que Norwich tuvo de respirar, le asestó un duro
golpe a Wolves: avanzaron en bloque y el irlandés Robbie Brady sacó un zurdazo
con efecto desde 20 metros que hizo estéril el esfuerzo de Ikeme y de cualquier
otro arquero que hubiera estado ahí. Fue tan distinguido el gol que el termo
que tenía al lado y no paró de cantar un minuto, no pudo hacer otra cosa mas
que aplaudir. Personalmente le deseé lo peor al autor del gol para el resto de
su vida, días después me sentí un poquito culpable de haberle deseado tanto mal.
En fin, con el 2-0 en contra, el visiblemente golpeado conjunto local siguió
yendo solo para comprobar el principio físico de la inercia y en honor al lema
local apareció la luz que surge de la oscuridad: El regular Doherty puso un
lindo centro para la llegada de Edwards, el único de los tres volantes que
consiguió pasarle la pelota a un compañero con cierta regularidad durante los
80 minutos previos, que puso el descuento con un cabezazo inapelable.
El gol revitalizó a la
gente y a los jugadores: se multiplicaron las voces y también los delanteros,
Batth terminó jugando de 9, además del (bastante tardío) ingreso de Mason. De
todos modos, solo tuvo una chance para poder empatarlo y ni siquiera fue tan
clara. Este análisis frío solo lo pude hacer con el beneficio de la
perspectiva: No sabía si de manera inconsciente estaba en un lugar en el que en
el mejor de los casos no volvería inmediatamente y estaba compenetrado con la
experiencia que había vivido durante el día viví ese momento de manera
increíblemente intensa.
Terminó el partido y
tanto jugadores como DT se acercaron para retribuir el apoyo a pesar de la
floja actuación con un aplauso. Para combatir la decepción del resultado
negativo me quedé alrededor del estadio bajando un paty bastante pateador de
hígado mientras una radio que sonaba en el puesto daba cuenta del desánimo por
una (En realidad otra) floja actuación de mi querido Wolverhampton. Camino a la
estación pasé por el famoso Slade Rooms y compré 4 latas de Foster’s para
amenizar el regreso en tren.
Y ahí estaba quien
escribe, entre birra, birra y un montón de ropa húmeda en el último tren a
Londres (había solo una persona de extracción asiática y justamente un hincha
del Norwich, lo que me permitió esparcir toda la ropa mojada que el pudor me
permitiera extender en otros asientos) haciendo el balance de la tarde: Me cague
mojando y el equipo perdió, aunque me sentí cómodo en la ciudad, viviendo una experiencia
auténtica y al menos el equipo prestó un esfuerzo muy honesto en pos de
maquillar defectos futbolísticos muy difíciles de ocultar. En el balance: No
fue el día perfecto que siempre soñe. Pero me di cuenta que tampoco tenía
porque serlo. We are Wolves.
La cita siguiente era
exactamente 23 horas después de finalizado el juego en Glasgow y era en Londres
(Dos puntos geográficos que uno no calificaría como cercanos exactamente)
Después de una experiencia en micro con luces y sombras y de matar un poco el tiempo,
fui hacia King’s Cross, tomé la Piccadilly Line para conectar con la Central
Line en dirección hacia Epping para llegar a la estación Stratford, a (varios)
metros del Estadio Olímpico de Londres, donde desde comienzos de la temporada
2016/17’ el West Ham ejerce su localía, en esta oportunidad ante el Southampton
en una espléndida tarde de final de verano londinense, a pesar de todos los
preconceptos de una ciudad que se vende como víctima de una perenne capa de
espesa niebla.
Dicho estadio se
encontraba cuestionado por los hinchas del club granate, primero por no ser
todo lo que el viejo Upton Park representaba (cosa que hubiera pasado de todos
modos), pero porque también el club encontró una serie de inconvenientes
logísticos que no hicieron fácil la transición al nuevo hogar. El primero de
ellos lo encontré en la estación de Stratford, Una cinta extendida en dirección
a la (única) salida de la estación indicando la dirección hacia donde está el
estadio. Después no vi un cartel mas y como desafortunadamente no tomé las
precauciones acerca de cómo llegar desde la estación al estadio (ocasionalmente
puede llegar a ser un tema) tomé la decisión de despersonalizarme y seguir a la
masa bajo la suposición de que lo único interesante para hacer en Stratford un
día de partido es ir a la cancha (Funcionó, pero no es así). De todos modos, a
pesar de no haber un cartel, si estaba mucha gente de campera fluorescente que
vigilaba el camino hacia el parque olímpico hasta que en algún momento el
estadio ya se podía divisar con una presentación impactante: Cartelería sobre
la estructura del estadio indicando el nombre del club y gigantografías de jugadores y escudo del
club cubriendo las entrañas del estadio. No todo estaba resuelto porque aún no
tenía entrada: Había recurrido al mismo método de intermediación que en mi
anterior visita a Stuttgart, pero en esta oportunidad no sabía si tenía la
entrada y si la tenía, donde retirarla. Basado en mi experiencia busque la que
pudiera parecer la entrada principal y esperé instrucciones. El barba me mandó
Wi-Fi (El Parque Olímpico en realidad) y al toque llegaron las instrucciones. You
gotta believe. Me dieron un sobre con mi entrada.
Homenaje a los laburantes devenidos en clientes
Aparentemente había
varios salones ejecutivos, y el que me tocaba era uno llamado “The Londoner
Claret”. Me guían hacia allí y una morocha (divina) me da un programa, me
explica lo que era bastante obvio (El bar, la entrada, los baños). Tomo asiento
en una banqueta de esas altas y me familiarizo con el lugar: Un espacio blanco,
luminoso, modernoso, con niños corriendo en camisetas con el número y el
apellido de sus padres. Me dirijo al bar, donde ya era obvio que no iba a
disfrutar de ese banquete memorable de Stuttgart, pero la sorpresa fue
importante: Cobraban todo. Si la mujer de Mark Noble, un tipo que es la
personificación de lo que representa el club, quería una botella de agua tenía
que pagar, lo que me pareció demencial. Faltaba bastante para el partido, así
que no me quedó otra que tomarme una birra mientras leía el programa hasta el
arranque del partido. Un gran detalle durante este momento es que entregaron un
papel con las formaciones que meses mas tarde me enteré que es el que se le
entrega a la prensa.
Cuando fui a ocupar mi
butaca, me impactó lo imponente del estadio y cuando me concentré un poquito
mas en lo que pasaba alrededor me llamó la atención una disonancia: Mientras el
sistema de sonido del estadio escupía “Welcome To The Jungle” de Guns N’ Roses,
la pantalla solicitaba a los señores clientes que ocupen sus asientos y no vean
el partido parados. Al final la jungla era otra cosa aparentemente.
Pronto al arranque del
partido me vi rodeado de familiares de los jugadores y en un dilema. Conseguí
las entradas a través del padre de Lanzini y al lado se sentó la madre del
exRiver con un hombre. Sabía que estaban divorciados mas no sabía en que
términos, con lo que me encontraba en un dilema ¿Me presento y quedo como el
culo? ¿Me hago el boludo y quedo como el culo? Uno siempre trata de cultivar el
perfil bajo aún a riesgo de quedar como parco o forro, así que elegí ese camino
y me dediqué a ver fútbol. No obstante, este momento de (in)decisión no me
privó de ver el ingreso al son de Forever Blowing Bubbles, ni de ignorar la
presencia delante mío de la mujer de Zaza con su glamour directamente importado
de la Vía Montenapoleone.
El arranque del fútbol
fue largamente intrascendente en cuanto a la generación de situaciones, pero el
nivel técnico y la velocidad e intensidad (e incluso vehemencia en un par de
cruces) con la que se jugaba hacían del partido un espectáculo cautivante. El
partido estaba bajo ese equilibrio frágil, en el cual si uno de los dos equipos
marca inclina la balanza definitivamente a su favor. Los locales venían de un
arranque de temporada complejo y salían a ganar, pero a su vez exponían los
problemas que venían teniendo específicamente desde el punto de vista táctico
por las bandas producto de un 4-2-3-1 demasiado rígido, mientras los visitantes
de a poco iban aceitando su esquema táctico: La solidez del imponente Van Dijk
en el juego aéreo, las trepadas de Bertrand por la banda izquierda, el manejo
del trío central del muy eficiente Romeu, el eléctrico Davis y el intermitente
Hojberg y empezando a conectar el trío de ataque con Austin como cabeza de área
y Redmond atando las bandas y Tadic jugando por todo el frente de ataque. El
desequilibrio en el resultado a los 40 minutos tuvo alguna de estas variantes:
Tadic se hamacó por la banda izquierda y contactó a Bertrand que en vez de
pasar por afuera tiró una diagonal interna para desbordar a Nordveit (volante
central noruego que ocupó el lateral derecho) y llegó hasta el fondo donde
encontró a Austin que la puso al segundo palo lejos del alcance de Adríán para
el 1-0. West Ham no veía la hora de del entretiempo, porque Southampton en esos
5 minutos se liberó y encima largo al lateral del otro lado Cedric Soares,
quien casi pone el 2-0.
En el segundo tiempo
salió Lanzini (Ju*n) e ingresó Feghouli, para contener las subidas de Bertrand
y darle a Payet mayor libertad para moverse por todo el frente de ataque, pero
el cambio de Bilic tuvo efectos secundarios: por un lado el Soton liberó a su
otro lateral, Cedric Soares y el West Ham perdió capacidad de desequilibrio por
la derecha y presencia a la hora de pelear en el mediocampo, donde el trío de
centrocampistas visitante movía la pelota cada vez mas rápido, especialmente
con el vértigo de Davis. Precisamente este recuperó una pelota en un lugar
complicado para los locales, para poner al trío de ataque en acción Redmond
agarró la pelota, encontró a Austin que rápidamente le derivo el balón a Tadic,
que mano a mano ante Adrián, se hamacó hacia su derecha vendiéndole al arquero
un remate a su palo izquierdo, pero en su lugar dejó correr el balón para abrir
el arco en su totalidad y empujar al gol fácilmente. Ciertamente, un gol con
toda la categoría que venía mostrando el excelente volante ofensivo serbio.
West ham tuvo un momento de zozobra pero luego tuvo diez minutos en los que
puso al visitante contra las cuerdas. Los Santos con mas fortuna que pericia
pudieron aguantar este tramo hasta que pudieron volver a representar una
amenaza desde la contra, ya liderados por el irlandés Long, en unos 10 minutos
finales que resultaron ser frenéticos. Ya cuando una parte considerable del público
local había dejado sus asientos, Redmond lo dejó solo a Davis para que el
norirlandés pudiera conseguir el gol que merecía (al menos desde mi punto de
vista), pero su control no fue bueno. Aún así, llegó a tirar un centro atrás
que se desvío hacia la presencia del emergente del banco de suplentes
Ward-Prowse, que puso el 3-0 que sería definitivo. La despedida del equipo fue
acompañada con merecidos abucheos por parte de los clientes hinchas
locales que se quedaron hasta el final del partido, porque realmente su equipo
mostró muy poco. Mucho mas alegre era el panorama para los sureños, que se
quedaron todos a saludar a su equipo que había conseguido los tres puntos de
muy buena forma.
Luego, fui a cumplir
con lo solicitado por mi hermano del enorme local oficial del club, pensando
que así da gusto ser cliente. Respecto a eso, definitivamente el ambiente en el
estadio no era el que esperaba de un partido de Premier, un poco por la
estructura del estadio, un poco porque el equipo no contagiaba, un poco porque
a algunos se les ocurrió que tal vez debía ser así; pero el producto dentro de la cancha era
totalmente lo que esperaba: Un fútbol muy demandante desde lo físico, veloz,
áspero, pero también desde lo técnico, donde cualquier imperfección técnica te deja
expuesto, donde cada control que sea menos que impecable es una oportunidad
para que el rival recupere la pelota y cuyo desarrollo capta la atención todo
el tiempo.
Volví pronto a la zona
de King’s Cross a tomar una birra, una cena de comida chatarra y ocupar mi
habitación en el hostel para volver a tomar una ducha y sentir el descanso que
solo te puede brindar una cama después de casi 40 horas consagradas al fútbol.
Seis días después volvería tener una cita con la redonda para cancelar una
deuda que consideré pendiente con mi pasión muchísimo mas tiempo del que
hubiera querido. Para calmar la ansiedad, por suerte la posibilidad de
disfrutar todo lo otro que Londres tiene para ofrecer.
Otro año, la misma oportunidad de viajar. No iba a dejarla pasar. Ni tampoco iba a dejar pasar un fin de semana sin ver un partido como la última vez. Después de haber
honrado una promesa ajena cumpliendo el particular pedido de dejar una remera
de Belgrano de Córdoba en Yorkshire y de haber pasado por la puerta del Easter
Road del Hibernian y de Tynecastle, hogar del Hearts, el 24 de septiembre me
encontraba dejando (con una enorme resaca, para no perder el hilo de las
experiencias anteriores) la fantástica ciudad de Edimburgo con destino a
Glasgow para visitar a su institución mas ilustre (aunque la parte protestante
de la ciudad y la cervecería Tennent’s opinen lo contrario) en la primer
experiencia propiamente futbolera de las tres planificadas de antemano: Celtic
contra Kilmarnock.
Mis planes rápidamente
se vieron modificados por las inclemencias del clima. Pude ir caminando desde
la estación de tren a la de bus a dejar el equipaje y tuve tiempo para comprar
un Gyros (mismo relleno y mismo envoltorio que el Shawarma que llegó a estos
lares mas papas fritas y pimentón) en la calle hasta que se desató una tormenta
que no paró, haciéndome extrañar el clima díscolo, histérico e imprevisible que
odié esos tres días en Edimburgo. En lugar de ir caminando hasta la cancha
haciendo paradas en un par de lugares de interés turístico, me limité en hacer
una escapada hasta un local del Celtic para la indulgencia de mi lado
consumista y me refugié en un shopping. El antes mencionado consumista en mi no
pudo evitar ver un puesto que tenía remeras de esa fantástica marca holandesa
que es COPA, pero el termo en mi no pudo evitar notar que ese espacio comercial
se llama B*CA 10 (Aclaración: En lugar del asterisco debería incluirse una
cvocal que no es ni la A, E, I ni U) Obviamente, ganó el termo, pero
dejando los pruritos de lado, tenía un par de cosas muy copadas de los clubes
locales además de las prendas holandesas.
Volví hacia la
estación de bus para averiguar como llego al Celtic Park, objeto de la
excursión. Me atiende una colorada de unos 50-55 años (aunque puede ser menos,
la gente de esos pagos en general aparenta haber sido maltratada por la vida)
que me informa que no me puede dar esa información. Me dice que es hincha del
Rangers. Sonríe. Sonrío y le digo que voy allí por esas cosas que tiene el
destino, sino le estaría preguntando como llegar a Ibrox. Me informa que hay un
bondi que me deja relativamente cerca y que sale de una plataforma de ahí.
Completamente paranoico (tal vez un sentimiento absolutamente infundado), le
pregunto al chofer que estaba esperando para salir a hacer el recorrido si iba
y me dijo que si. Igualmente no me quedé tranquilo hasta que un par de hinchas
se subieron al bondi. A partir de ahí pude disfrutar de un señor mayor de
pasados los 60 años de edad que montó en cólera cuando no llegó a alcanzar el colectivo
en la parada y 20 metros mas adelante no le quiso abrir la puerta y persiguió
el colectivo 15 cuadras mas golpeando el vidrio e invitando al chofer a que
baje a pelear hasta que evidentemente llegó adonde iba, hecho posible por lo
crecientemente espeso del tráfico conforme el colectivo se adentraba en el
barrio de Parkhead. Esto mismo hizo que me bajara antes de lo previsto y
caminara un poco mas bajo la persistente lluvia glasguana (gentilicio de
Glasgow chequeado con un sitio llamado Gentilicios.org, pero puede fallar)
La primera imagen que
uno obtiene del Celtic Park (Al menos desde donde me tocó llegar) es una
gigantografía que cubre una de las plateas que te da la bienvenida al paraíso
con imágenes de algunas glorias de antaño y otras no tan añejas. Difícilmente
uno pueda asignar alguna característica paradisíaca a una ciudad brutalmente
industrial y de un clima tan volátil como Glasgow, pero si hay algún lugar
donde esto no es tan evidente es en el calor que generan las emociones
exacerbadas y las pasiones desbordadas que el fútbol genera. Es un escape, es
un entretenimiento pero sin dejar de lado la identidad, el celebrar de donde se
viene y hasta donde se llegó. Definitivamente estaba feliz de estar allí, pero
había cometido dos errores: en primer lugar, interpreté mal el plano que venía
con mi e-ticket, por lo cual tuve que dar toda una vuelta al pedo y por el
otro, pensé que el partido arrancaba a las 15.30, cuando en realidad arrancaba
a las tres de la tarde en punto, lo que implicó una vez que pasara por los
estrechos molinetes que permiten acceder a la bandeja superior de la Lisbon
Lions Stand y subiera las catacúmbicas (y algo claustrofóbicas) escaleras
llegara a mi asiento con tres minutos del partido ya transcurridos: Sentí
alivio de no estar en el Amalfitani y que me reciba #labandadelaprevia con el
ya clásico “Llegaste tarde, sos un cagón”. Una pena, porque me perdí la posibilidad de oir in situ la entonación de "Fields of Athenry", emblemática canción de salida del conjunto local. El partido, tal como prometía, no
resultó ser un asunto competitivo: Celtic administraba el balón en posiciones
avanzadas con un prolijo control a dos toques hasta el borde del área donde
esperaban técnicamente limitados pero resolutos elementos defensivos del
Killie. Conforme pasaba el tiempo se adivinaba cada vez mas inviable la
estrategia defensiva del visitante de (literalmente) ponerle el cuerpo a cada
disparo desde el punto del penal, pero el fútbol siempre encuentra una forma u
otra de recordarnos que lo impensado
siempre está a punto de ocurrir: Un morocho random apropiadamente llamado
Souleymane Coulibaly (apellido que en las naciones del cuerno de Africa resulta
equivalente a los Caicedo o Chará en Ecuador, Mamani o Quispe en Bolivia, o los
famosos 43 apellidos coreanos del #datoNiembro mas famoso) que me llamó la
atención por su velocidad sin el balón tanto como por su completa incapacidad
de poder correr con él, tomo el balón a 40 metros del arco rival metiendo un
giro con pisada y sacó un puntinazo con su pierna mas inhábil (no había
demostrado tener pierna hábil hasta ese momento) que se metió por sobre la
extensión vertical del sorprendido arquero de Vries, para el medido beneplácito
de los aproximadamente doscientos hinchas visitantes (creo que la mesura tenía
que ver mas con la sorpresa que con una actitud hacia el fútbol en particular y la vida en general) y
para el video de highlights que no le podía armar el representante previo a
negociar su pase al Al Ahly de Egipto en los primeros días del año 2017. No se
pudo medir la resiliencia de Celtic a ese golpe porque ocurrió lo que tenía que
ocurrir: los locales fueron un par de metros mas a fondo (mas no se podía
porque se terminaba la cancha) por la
banda izquierda y Dembelé encontró la red no una, sino dos veces para dejar el
asunto con tufillo a liquidado.
Viví el entretiempo de una forma muy particular. Empezó con cierta aprehensión de mi parte que me agarró mientras contemplaba
lo compacto del estadio y un par de remaches en la estructura del techo que
parecían mas oxidados que lo que el sentido común recomendaría: Definitivamente
no había que ir en una de las grandes ocasiones para darse cuenta que este
recinto es intimidante para los visitantes, reflexión que surgía mientras la
pantalla devolvía imágenes de los presentes por primera vez en el estadio y los
recién llegados a este mundo seguidos de aquellos que recientemente lo han
dejado en una sucesión que me dejó un tanto descolocado. Después de eso
prosiguió el partido del fútbol con un paradójico prólogo en el cambio del
arquero local y la sucesión de goles del local ante un rival que frente a la
desventaja se encontró con una crisis existencial y optó por el suicidio
futbolístico: Forrest, Griffiths de cabeza tras un corner peinado en el primer
palo (lo celebré junto a los locales al ritmo de “Freed from desire” de Gala en
un plagio claro a Wigan y el viralizado Will Grigg), Sinclair de penal y un gol de Rogic cerraron un 6-1 que de a ratos resultó ser exiguo. De hecho
lo mas entretenido del segundo tiempo fue por afano, la variedad de
coreografías y temas de los hinchas locales apostados en el codo de la parte
inferior de la tribuna donde me encontraba, espacio donde no hay asientos y que
se encargaron de poner el entretenimiento que faltaba en la cancha por la
eutanasia futbolística por la que optó el Kilmarnock.
Las entrañas de la Lisbon Lions Stand
Desembargado por la
emoción (si es que esa expresión existe), me encontré con el desafío
considerable de que garompa hacer un sábado a la tarde/noche lluvioso en
Glasgow antes de partir a Londres en colectivo sin meterme a escabiar como un
vikingo en un bar (No era nada contra el alcohol, pero ya venía herido de la
noche anterior y tenía que viajar en bondi toda la noche). Decidí cagarme en la
persistente lluvia y atravesar a pie el bucólico barrio laburante de Parkhead (Epicentro del glorioso equipo campeón europeo del Celtic) para ir a Necrópolis, el globalmente famoso cementerio local. Lejos de ser una
experiencia tétrica (Los cementerios tienden a funcionar como parques públicos
en Escocia y algunos de los mausoleos llaman muchísimo la atención), una
cuestión (sospecho que para nada casual) me llamó mucho la atención: Desde el
punto mas alto de la Necrópolis, allende la fábrica de Tennant’s se divisa
nítidamente el Celtic Park con su gigantografía de “Welcome to Paradise”. No
pude evitar pensar en la paradoja que representaba que, al menos en Glasgow, el
Paraíso no estaba tan lejos del Cementerio. Definitivamente, la relación con la muerte en Escocia es muy distinta de la que tenemos nosotros.
El Paraíso desde el Cementerio
Todo llega a un final
y ese día (como todos los demás) no era la excepción, Había que ir a Londres,
por lo que volví a la terminal de buses de Buchanan a retirar el equipaje y
ponerme aunque sea medias secas. A cargo de los lockers donde se guardaba el
equipaje se encontraba un señor ya mayor muy similar al viejito de Benny Hill.
Me señala y dice algo absolutamente incomprensible. Le digo que no entiendo. Se
repite la secuencia dos veces mas hasta que entiendo. Me había visto con la
remera del Celtic. Me había dicho “Great Shirt”. Le pregunto “¿Celtic fan?”. Me
responde “Yes, Keltik tru an tru”. Aunque mi visita haya estado completamente
pintada de verde y blanco hasta el último minuto, tengo muy claro que solo
conozco la mitad de Glasgow.