lunes, 21 de abril de 2014

Paseando por Colombia: Un miércoles

Taganga es una especie de suburbio samario, pero tiene un aire mas a pueblo aislado. Se encuentra en una ensenada detrás de unas sierras que dominan el paisaje de un lado, mientras que del otro está una playa de no más de 600 o 700 metros (Igual nunca fui bueno para medir distancias) con sus lanchas turísticas y pesqueras. Allí mismo empezó ese miércoles, mi miércoles.
La decisión había sido tomada: Íbamos a pasar nuestro último día de playa en una llamada Playa Cristal. Luego de una contradictoria y agresiva campaña comercial, que incluyó una piedra arrojada a Marian por un niño que parecía local, pero poseía costumbres típicas de Saavedra, nos subimos a una lancha que nos dejó allí. Lo que pasó después casi que no viene al caso: un fantástico rato de snorkel, un baño en las aguas cristalinas de la playa y el regreso en la lancha al mando de un capitán que tenía no menos de 16 cervezas Águila encima. Cabe consignar que como era un tipo responsable, todas ellas fueron Águila Light. Después vino el viaje en buseta, donde cada viaje es una experiencia única, con busetas tipo boliche o conos de la policía entre el pasaje.

Sabia en una buseta en Santa Marta
Pero todo lo anterior es bastante relativo. Yo soy muy hincha de Vélez y ese miércoles jugaba Vélez. Para mi, un día en el que juega Vélez es un día que está enteramente cruzado por el partido, el resto es tiempo muerto. Una vez vuelto de la playa y llegado el horario del partido, me acodé en la barra del bar del hostel a ver el partido. No tengo dificultades con el inglés, pero explicarle a la alemana de la barra que ponga Fox Sports en la tele fue una tarea un tanto compleja: le tuve que explicar que quería ver un partido, que estaba en Fox, y que había tres señales distintas de ese canal, que fue lo mas complejo de hacerle entender. Una vez resulto este leve percance (afortunadamente antes del comienzo del mismo) hasta aproximadamente los 30 minutos sufrí el partido (Como siempre que lo veo televisado) en soledad. A partir de ahí, percibo que la alemana de la barra se sienta en la caja, sita frente a donde yo estaba viendo el partido y me empieza a mirar con detenimiento. Por la cara que ella tenía, supuse que tal vez debía tener una cucaracha caminándome por la cara, o algo así, porque no era normal su escrutinio.

40 minutos del primer tiempo. Se acerca Marian. Pregunta por el resultado del partido. Le aviso que cualquier desgracia futbolística que ocurra será pura y exclusiva responsabilidad suya. Por un lado era una actitud justa, porque ya tenía en su haber un acto extrafutbolístico que lo hacía pasible de asumir la responsabilidad por cualquier cosa (futbolística o no) que saliera menos que perfecta, pero por el otro era injusto, porque realmente habíamos perdido el control del partido aún ganando. A partir de ahí la debacle: En realidad seguíamos ganando, pero la presencia de Mariano desató la debacle mía propia: La alemana se decidió a hablarnos.
Para quien nunca estuvo en un hostel, este es un lugar donde la gente interactúa constantemente. Podés tener una habitación para vos solo e incluso el raro privilegio de baño propio, pero el resto de las facilidades invariablemente se encuentran en espacios comunes. Como la gente que está ahí está toda mas o menos en la misma, las chances de que un británico/escandinavo/ibérico/asiático/alienígena tenga ganas de practicar su español con vos es tremendamente alta. El tema es que yo quería ver a Vélez y tomar una birra sin que me rompan las pelotas, la concha de su puta madre. Pero la alemana decía que nos conocía de algún lado, nos dijo por donde estuvo, le intenté explicar que por ahí nos recordaba del sábado anterior, nos buscó por Facebook, me siguió mirando, preguntaba... hasta por ahí me la garchaba y todo... Pero ojalá hubiera acabado ahí (no en el garche, si no en poder ver el partido concentrado). Los 5 primeros minutos del segundo tiempo fueron tremendos para Vélez porque los brazucas se vinieron con todo. Ese período coincidió con que se me acercó una señorita belga de un aspecto que hacía suponer una mayor edad de la que ciertamente poseía y transitivamente cierta inestabilidad mental. No me acuerdo que hablamos, pero mas o menos coincidió su partida con el último cascotazo al rancho de Sosa.

No era apto para sociabilizar en ese preciso momento y parecía que, a falta de 40 minutos, el entorno, se había dado cuenta. ERROR. CLAMOROSO ERROR. 5 o 10 minutos después se me acerca un holandés que se parecía a Piero. A los 2 minutos un espantoso marcaje de Vélez en una pelota parada puso el empate y como era lógico tratándose de mi, vinculé su presencia con la llegada del gol rival y le asigné poderes mufísticos, pensé que quería que me saquen al cascote naranja de al lado y Máxima y la concha de su hermana. Y no paraba de hablarme, encima. Y no solo no paraba de hablarme, sino que me acercaba la cara al hablar. Por una cuestión de educación, acomodé un poco mi lenguaje corporal hacia el otro televisor para que pareciera que lo escuchaba y no piense que ignoraba lo que tenía para decirme en su áspero español. Justo en el mismo momento que él mismo hizo el chiste que se parecía a Piero y que verdaderamente fue un alivio, llegó el otro alivio, el que me importaba: el Oso Pratto después de su patriada número mil, conectó una volea cruzada a la carrera notable para el 2 a 1. Después vino el otro momento en el que el Piero holandés consiguió distraerme brevemente del partido, cuando me dijo que era fan de Hermética, el resto de la charla trascurrió entre su anguloso poco y fluido español y mi modo piloto de simulación de sociabilización. Después cayó Marian (después de un partido de pool con el Peti y probablemente en breve descanso de sus extenuantes labores en el celular) a ver el tramo final del partido.

Pero lo mas loco estaría por venir. Con el partido agonizante, Velez quedó en una situación de contraataque de manual: Tres atacantes contra dos defensores con Canteros al manejo de la pelota, Pratto tira la diagonal para afuera y Canteros queda en posición central para sacar un latigazo de derecha haciendo estéril cualquier resistencia del golero paranaense. Grito el gol y el Piero holandés también lo grita y me abraza. Y un gol tiene eso, en la alegría uno se funde en un abrazo con un extraño no importa quien fuera porque lo que importa es el sentimiento, compartir la alegría. Aunque sea el Piero holandés a 5.370 km del Amalfitani en Santa Marta, Magdalena, Colombia.

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