lunes, 14 de abril de 2014

Paseando por Colombia: 5 Minutos

La siguiente es una serie de entregas que recopilan tres anedas futboleras de mi paseo por Colombia. La idea era hacer algo en el estilo la crónica contando mi visita al Estadio Azteca, pero tampoco quería que la historia se limitara a una visita al estadio. Sin mas preámbulos, la primer entrega:

La verdad es que las vacaciones venían bien. Habíamos pateado Bogotá y Cartagena bastante, habíamos tenido un par de días de playas paradisíacas, la noche nos había mostrado algo de lo bueno que tenía para nosotros, pero a mi me faltaba algo mas. Lo que nos pasa a tipos como yo: tipos que respiramos, comemos, tomamos, vivimos fútbol. Un domingo santafereño bucólico, frío y lluvioso recibió a tres tipos cansados, escasamente dormidos y ni enterados que después de las 16 lo único que la ciudad tenía para ofrecer era un Millonarios-Itagüí. Por otro lado, Cartagena D Indias era diametralmente opuesta, con su clima cálido y húmedo, su caos ruidoso e indolente, sus playas fantásticas a mano, su encantadora ciudad amurallada, RUMBA... pero no fútbol. Si, todos iban con sus remeras de Colombia y te hablaban del Diego si se daban cuenta que eras argentino, especialmente si te querían vender estupefacientes; era evidente que en Cartagena "la del Diego" no es una jugada característica salida de la zurda del 10, sino... bueno, la que entraba en su nariz... Pero no fútbol.

Nos fuimos de Cartagena a un destino que sabía que tenía algo que iba a calmar mi ansiedad. En el medio estaba Barranquilla. La verdad es que el tramo de esa especie de circunvalación barranquillera que nos tocó recorrer nos mostró una cara muy fulera de la ciudad, pero a su vez me mostró las primeras postales de la Colombia que vive y siente el fútbol de una manera cercana a la de uno. También me mostró porque Teo Gutiérrez si tiene que sacar un fierro en el vestuario, lo saca. Esta avenida perimetral nos llevó a metros del Estadio Metropolitano, donde la Selección Colombia se hace fuerte de la mano del calor húmedo asfixiante de la ciudad costeña. De todos modos lo que mas se nota es que el Junior no solo es el representante de la ciudad, sino también que Junior es Barranquilla. Su gente llevando la divisa mientras efectuaba su actividad diaria, los locales callejeros ofreciendo imitaciones bastante fidedignas de la camiseta original, su insignia o su mascota (un tiburón) estampado en casi cada local comercial cualquiera fuera su ramo, eran prueba inequívoca de que Barranquilla es futbolera y su corazón late al ritmo del Junior.
Dos horas después de atravesar Barranquilla estábamos en Santa Marta, una ciudad con tradición futbolera y con un calor y una humedad mayores a los de Cartagena, cosa que pareció increíble para mi. El escudo de su equipo local, el Unión Magdalena (Magdalena es el río que da nombre al estado del cual Santa Marta es capital) también decora las paredes de no pocos locales comerciales y su divisa azulgrana enfunda los torsos de un número considerable de orgullosos locales. Además es la tierra del hombre en cuya rodilla maltrecha descansa buena parte de la obsesión y los sueños de Colombia de cara al mundial 2014, Radamel Falcao García. Pero no es el ciudadano mas ilustre de Santa Marta, el samario por excelencia es otro.
Yo estaba ansioso por ir. Creo que los tres estábamos ansiosos después de saber que su estatua estaba ahí. En realidad estoy bastante seguro. Hicimos la burocracia correspondiente en el hostel, preguntamos como ir y salimos para allá. Creo que ni me cambié la remera, que era la que había usado para salir a rumbear en Cartagena la noche anterior y la usé para viajar (en una mochila no entra toda la ropa que uno quisiera llevar). Caminamos un poco bajo el calor sofocante por la costanera de la ciudad que detenta una pequeña y poco atractiva playa entre el puerto con sus grúas y containers apilados y el muelle con embarcaciones privadas, renegué porque los cajeros no me querían largar plata, nos enteramos que Bolívar había fallecido allí, pero el propósito que nos movilizaba era otro. Cuando nos dimos cuenta que la ciudad no tenía mucho mas para ofrecernos, nos subimos a un taxi que nos llevara hasta allá. El taxista que nos llevó estaba al tanto de lo que pasaba en el fútbol. Cuando le instruimos donde íbamos, la charla salió sola. Compartimos conceptos acerca del fútbol europeo y nos pintó toda la data del Unión: que llevaba 10 años languideciendo en la segunda división colombiana, que su apodo era "El Ciclón Bananero" (por los colores de cierto club argentino y por el cultivo típico de la zona), que el estadio donde la estatua será demolido y reconstruido para unos Juegos Bolivarianos, por lo que el Unión está haciendo de local en Barranquilla, que había gran rivalidad con el Junior y nos contó, con una pena subyacente y evidente a la vez, que el famoso samario de la estatua pasa mas tiempo en Barranquilla que en Santa Marta.
 

A veces pasa que la expectativa por llegar a algo o que ese algo llegue distorsiona la dimensión temporal. Bueno, eso. Pero ahí estábamos: La placa decía que era un monumento  al fútbol colombiano, corporizado en ese samario famoso, de desplazamiento escaso y lento, pero siempre de pelota al pie y un ojo para el pase imposible: un Pibe Valderrama inmortalizado en 4 metros de bronce, sus rasgos faciales enteros y una porra rubia pletórica de cabellos enrulados. Fueron 5 minutos donde lo apreciamos, nos sacamos un par de fotos, nos quisieron vender pelucas y un barra nos pidió una moneda para que los muchachos puedan viajar a ver al Unión donde no es local sino locatario. Fueron 5 minutos, cortos, por la inmensidad del espacio temporal y por la admiración a un monumento que verdaderamente honra al ídolo local. Fueron 5 minutos, largos, por lo intenso, por tener a la leyenda ahí. Fueron 5 minutos, pero no fueron solo 5 minutos. 

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