Los protagonistas: Una típica familia uruguaya. El lugar, una coqueta casa en Punta del Este. La situación: Cena de Nochebuena. Así trascurre. Suena el timbre y el patriarca abre la puerta. Flota la tensión en el aire Es su hermano. Se abrazan. Detrás de lo que es un cálido abrazo, una piña va hacia la zona renal de uno, la devolución va hacia la zona de cintura del otro. Los niños no se abrazan, se insultan, alguno que otro ensaya un piquete de ojos, otros preparan sus alfileres de gancho. Entra una mujer con una bandeja con la ensalada rusa (Que en uruguay debe tener alguno de esos nombres tan pintorescos), que no alcanza a apoyarla en la mesa sin recibir una patada violenta en la parte lateral de la rodilla, justo ahí, donde el menisco impone su función amortiguadora. Se destapa una Pilsen y surge un agraviante, ácido grito de “Cantegrilero, compra medio y medio” con posterior silbido de la Pilsen retornable (masomeno a tres cuartos de su capacidad) cortando el aire en su vuelo. Hasta que llega la comida, mientras se produce un intercambio violento sobre si la yerba Canarias o si la yerba Sara para llenar un porongo. Uno de los gurises expresa su descontento con el menú y pide chivito. Lo único que logra es recibir un artero codazo que destruye su comedor aún de leche. Sigue la velada, prolífica en fracturas expuestas y chorros de sangre que salen a borbotones. Llegan las 12. Se acerca la hora de la pirotecnia. Y con la gente esta muñida con fuego mejor no seguir…
La escena anterior claramente no responde a la realidad, pero bien podría haber sido una cena de Nochebuena en la casa de los Montero Castillo. El patriarca un tal Julio, uno de los gurises un tal Paolo Ronald. Julio Montero Castillo y Paolo Montero, además de ser padre e hijo, fueron dos de los principales estandartes que mantuvo el fútbol uruguayo post-maracanazo. Ese que hacía de la garra charrúa pegarle de punta y que la vaya a buscar Jaime Roos (?) y un pasaporte a la violencia cuando la mano venía torcida. Además estos dos constituyen una clara excepción a la máxima futbolera padre exitoso – hijo fracasado.


Comencemos con el padre. Julio “El Mudo” Montero Castillo era uno de esos volantes defensivos “cueveros”, de aquellos que no tenían problemas en bajar a la zaga si la situación lo requería. Arrancó su carrera en Liverpool (Pronúnciese Liberpúl, con acento en la u, el del barrio de Belvedere en Montevideo, no confundir con su homónimo inglés), después se hizo grande en Nacional, anduvo por Independiente, por España y cerró su carrera en Nacional. Más allá de esto algunos como Cruyff
(2:50 de este video) lo recuerdan por su estilo de juego un tanto áspero, por no decir violento. De hecho, nunca lo ocultó: es el autor de frases como “
Adentro de la cancha, mi vieja se pone una camiseta y le pego también” “Antes te dejaban pegar un poquito más” “Yo me lustraba los tapones” “Yo leía El Gráfico y en Argentina eran todos pesados, después vi que no era ninguno” o “Yo no hablaba, pegaba. Si me pegaban no decía nada pero después, a la vuelta, a ver si aguantás” Por caso, cuenta que P*lé le dijo que por lo menos, le pegara cuando tenía la pelota, o la vez que le pegó una trompada a Morena en un partido homenaje, lo echaron y le reprochó al juez la expulsión, ya que se trataba de un partido homenaje. Incluso El Bambino Veira cuenta que jugando en Sevilla se cruzó con el Granada de Montero Castillo y Aguirre Suarez (Algo así como una sociedad caníbal amazónica y que incluso diera nombre a una banda de rock indie local) y estos le advirtieron que pasar por su zona era como ir a Vietnam.Hasta aquí, querido Tito Lecture (?) Ud. pensará que Montero Castillo era un carnicero y que lo queremos hacer pasar por pintoresco. Ni una ni la otra. O ambas dos, porque no. Pero también sus logros hablan por si solos. Jugó dos mundiales, en el 70’ (Con un brillante y desafortunado equipo uruguayo) y en el 74’ (Con un brutal y cínico equipo), ganó una Copa Ámerica y con Nacional ganó una Libertadores y una Intercontinental de la mano de Luis Artime, lo que lo ha convertido en ídolo histórico Bolso.

Pasaron los años y el fútbol uruguayo parecía quedado en el tiempo, solo que la época dorada de los clubes había pasado y los ídolos, antes bolsos o manyas, ahora hacían sus armas en Europa y en Argentina. En ese marco apareció un gurí con apellido ilustre: Paolo Ronald Montero. Contra la historia tricolor de su padre, se erigió como aparición de Peñarol, el eterno rival. Poco jugó allí. En un año ya era jugador de ese particular equipo que es Atalanta (Y que amerita una crónica). Se afianzó, para llegar a la Juve, donde sería ídolo formando una dupla central junto al perenne Ciro Ferrara y ganar cinco Scudettos todos ellos comprados una Champions y una Intecontinental. Igual esos son detalles minúsculos. Como buen hijo e’ tigre, Montero pasará a la posteridad por ser el jugador con la mayor cantidad de explusiones en la historia de la Serie A con nada menos que 17, en una liga que probablemente sea de las más ásperas y friccionadas de Europa. Para el recuerdo, una de sus últimas murras a Totti en la tierra con forma de bota. Una vez que consideró que no le daba más el cuero para vestir la maglietta de la Vecchia Signora, recaló en San Lorenzo de la mano de Tinelli junto a José Saturnino Cardozo. Este humilde servidor recuerda una bruta patada a Castroman en su presentación, pero lo suyo le dio vergüenza hasta a él, porque terminó devolviendo guita por todo el tiempo que pasó lesionado en el club del supermercado que se llama de Almagro, tiene su cancha en Bajo Flores y su gente se autorreferencia con Boedo. Se retiró como baluarte de Peñarol, ganando un título. Su paso por la selección fue menos fructífero, siempre referente, pero jugó solo el mundial 2002, quedando fuera gracias al memorable yerro del empresariode la noche “Chengue” Morales. Se retiró de la celeste cuando Uruguay perdió el repechaje con Australia para Alemania 2006.
El mito de la garra charrúa (aunque el hijo piense que tal etiqueta no existe) se mantuvo en parte por padre e hijo. Dos carreras ilustres, llenas de logros y a su vez distorsionadas por el carácter violento de su juego. No importa. Valga la reseña para estos dos. Si en el futuro, ud. pasa por Tenfield y ve una suela incrustándose en un torax, mientras el relator espeta un breve “Montero”, ya sabe: La Dinastía continúa
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