Taganga
es una especie de suburbio samario, pero tiene un aire mas a pueblo aislado. Se
encuentra en una ensenada detrás de unas sierras que dominan el paisaje de un
lado, mientras que del otro está una playa de no más de 600 o 700 metros (Igual
nunca fui bueno para medir distancias) con sus lanchas turísticas y pesqueras.
Allí mismo empezó ese miércoles, mi miércoles.
La
decisión había sido tomada: Íbamos a pasar nuestro último día de playa en una
llamada Playa Cristal. Luego de una contradictoria y agresiva campaña comercial,
que incluyó una piedra arrojada a Marian por un niño que parecía local, pero
poseía costumbres típicas de Saavedra, nos subimos a una lancha que nos dejó
allí. Lo que pasó después casi que no viene al caso: un fantástico rato de
snorkel, un baño en las aguas cristalinas de la playa y el regreso en la lancha
al mando de un capitán que tenía no menos de 16 cervezas Águila encima. Cabe
consignar que como era un tipo responsable, todas ellas fueron Águila Light. Después
vino el viaje en buseta, donde cada viaje es una experiencia única, con busetas
tipo boliche o conos de la policía entre el pasaje.
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Sabia en una buseta en Santa Marta |
Pero
todo lo anterior es bastante relativo. Yo soy muy hincha de Vélez y ese miércoles
jugaba Vélez. Para mi, un día en el que juega Vélez es un día que está
enteramente cruzado por el partido, el resto es tiempo muerto. Una vez vuelto
de la playa y llegado el horario del partido, me acodé en la barra del bar del
hostel a ver el partido. No tengo dificultades con el inglés, pero explicarle a
la alemana de la barra que ponga Fox Sports en la tele fue una tarea un tanto
compleja: le tuve que explicar que quería ver un partido, que estaba en Fox, y
que había tres señales distintas de ese canal, que fue lo mas complejo de
hacerle entender. Una vez resulto este leve percance (afortunadamente antes del
comienzo del mismo) hasta aproximadamente los 30 minutos sufrí el partido (Como
siempre que lo veo televisado) en soledad. A partir de ahí, percibo que la
alemana de la barra se sienta en la caja, sita frente a donde yo estaba viendo
el partido y me empieza a mirar con detenimiento. Por la cara que ella tenía,
supuse que tal vez debía tener una cucaracha caminándome por la cara, o algo
así, porque no era normal su escrutinio.
40
minutos del primer tiempo. Se acerca Marian. Pregunta por el resultado del
partido. Le aviso que cualquier desgracia futbolística que ocurra será pura y
exclusiva responsabilidad suya. Por un lado era una actitud justa, porque ya
tenía en su haber un acto extrafutbolístico que lo hacía pasible de asumir la
responsabilidad por cualquier cosa (futbolística o no) que saliera menos que
perfecta, pero por el otro era injusto, porque realmente habíamos perdido el
control del partido aún ganando. A partir de ahí la debacle: En realidad
seguíamos ganando, pero la presencia de Mariano desató la debacle mía propia:
La alemana se decidió a hablarnos.
Para
quien nunca estuvo en un hostel, este es un lugar donde la gente interactúa
constantemente. Podés tener una habitación para vos solo e incluso el raro
privilegio de baño propio, pero el resto de las facilidades invariablemente se
encuentran en espacios comunes. Como la gente que está ahí está toda mas o
menos en la misma, las chances de que un
británico/escandinavo/ibérico/asiático/alienígena tenga ganas de practicar su
español con vos es tremendamente alta. El tema es que yo quería ver a Vélez y
tomar una birra sin que me rompan las pelotas, la concha de su puta madre. Pero
la alemana decía que nos conocía de algún lado, nos dijo por donde estuvo, le
intenté explicar que por ahí nos recordaba del sábado anterior, nos buscó por
Facebook, me siguió mirando, preguntaba... hasta por ahí me la garchaba y
todo... Pero ojalá hubiera acabado ahí (no en el garche, si no en poder ver el
partido concentrado). Los 5 primeros minutos del segundo tiempo fueron
tremendos para Vélez porque los brazucas se vinieron con todo. Ese período
coincidió con que se me acercó una señorita belga de un aspecto que hacía
suponer una mayor edad de la que ciertamente poseía y transitivamente cierta inestabilidad
mental. No me acuerdo que hablamos, pero mas o menos coincidió su partida con
el último cascotazo al rancho de Sosa.
No
era apto para sociabilizar en ese preciso momento y parecía que, a falta de 40
minutos, el entorno, se había dado cuenta. ERROR. CLAMOROSO ERROR. 5 o 10
minutos después se me acerca un holandés que se parecía a Piero. A los 2
minutos un espantoso marcaje de Vélez en una pelota parada puso el empate y
como era lógico tratándose de mi, vinculé su presencia con la llegada del gol
rival y le asigné poderes mufísticos, pensé que quería que me saquen al cascote
naranja de al lado y Máxima y la concha de su hermana. Y no paraba de hablarme,
encima. Y no solo no paraba de hablarme, sino que me acercaba la cara al
hablar. Por una cuestión de educación, acomodé un poco mi lenguaje corporal
hacia el otro televisor para que pareciera que lo escuchaba y no piense que
ignoraba lo que tenía para decirme en su áspero español. Justo en el mismo
momento que él mismo hizo el chiste que se parecía a Piero y que verdaderamente
fue un alivio, llegó el otro alivio, el que me importaba: el Oso Pratto después
de su patriada número mil, conectó una volea cruzada a la carrera notable para
el 2 a 1. Después vino el otro momento en el que el Piero holandés consiguió
distraerme brevemente del partido, cuando me dijo que era fan de Hermética, el
resto de la charla trascurrió entre su anguloso poco y fluido español y mi modo
piloto de simulación de sociabilización. Después cayó Marian (después de un
partido de pool con el Peti y probablemente en breve descanso de sus
extenuantes labores en el celular) a ver el tramo final del partido.
Pero
lo mas loco estaría por venir. Con el partido agonizante, Velez quedó en una
situación de contraataque de manual: Tres atacantes contra dos defensores con
Canteros al manejo de la pelota, Pratto tira la diagonal para afuera y Canteros
queda en posición central para sacar un latigazo de derecha haciendo estéril
cualquier resistencia del golero paranaense. Grito el gol y el Piero holandés
también lo grita y me abraza. Y un gol tiene eso, en la alegría uno se funde en
un abrazo con un extraño no importa quien fuera porque lo que importa es el
sentimiento, compartir la alegría. Aunque sea el Piero holandés a 5.370 km del
Amalfitani en Santa Marta, Magdalena, Colombia.