Atte. Esta
“En las dos primeras décadas del
siglo, en apenas una generación, el fútbol se había acriollado definitivamente,
igual que los hijos de los inmigrantes europeos. En cada barrio nacían uno o
dos clubes. Se los llamaba ahora Club Social y Deportivo, que en buen porteño
significaba "milonga y fútbol".
Osvaldo Bayer
A partir de la visita del Nottingham Forest que descendió al año
siguiente, en 1904, el Fútbol Argentino empezó a modificar su idiosincrasia
incorporando elementos autóctonos. El
primero de ellos fue la presencia de un jugador: el back rosarino Zenón Díaz en
la Selección Nacional; el otro, la creencia de que las vallas internacionales
no eran invencibles y que el gol también podrían sufrirlo las redes
profesionales del Fútbol Inglés.
En el segundo partido de aquella gira memorable, el inside derecho,
Arturo Forrester, convirtió el gol del descuento cuando terminaba el primer
tiempo. Tal fue la emoción, que el
goleador se fue corriendo al bar del Club y sus compañeros también, quienes
tras brindar por lo obtenido, volvieron a la cancha como lo haría siete décadas
mas tarde el Gran René “Moscato” Houseman.
Sin embargo, aquel gol, en un partido que terminó 1-6, nos permitió
(como nos sucedería inversamente en el 58 y en el 74) darnos cuenta de que la
invencibilidad era anecdótica pero también, que si seguíamos jugando como
ellos, nunca les íbamos a poder ganar.
Optimismo circunstancial, pues más allá de las incursiones de Díaz y del
puntero izquierdo Viale (un romántico que no aceptó jugar por el Tottenham
Hotspur), la Selección seguía siendo patrimonio de los inmigrantes
ingleses. Mas allá del romanticismo que
siempre rodeó a nuestro fútbol, la primera Revolución conceptual no se fraguó
al margen de la política: la fineza de Alberto Ohaco y los inminentes títulos
de la Academia, que retiraron al Gran Jorge Brown (el dueño de la pelota, que
jugaba de lo que quería), fueron un complemento de la necesaria y creciente
movilidad social, que se cristalizó definitivamente con la disolución de
Alumni, las manifestaciones obreras y la sanción de la Ley Sáenz Peña.
Los grandes partidos, ante 2.000 personas, dieron lugar a encuentros
multitudinarios y las primeras diferencias entre los 5 grandes y el resto de
los equipos, empezaron a ser notorias. El fútbol en el que los wines eran
goleadores y figuras, dió paso a un estilo de alas y sociedades.
Los goleadores pasaron a hacer los jugadores internos, tal como lo
define Sábato en uno de sus personajes en Sobre Héroes y Tumbas: “la línea tenía do ala de modalidade opuesta.
La derecha era académica y jugadora, la izquierda se caracterizaba por su juego
eficá y por un trámite si se quiere poco brillante pero efetista, que se
traducía en resultado positivo”.
El fútbol era un espectáculo de muchos goles y los jugadores de
“potente shot”, eran los héroes de sus equipos.
La explicación es, en cierta forma, simple: eran encuentros en los que
los equipos planteaban partidos dentro del partido, en el que se vivían
desafíos mano a mano en Sportivo Barracas una vez fue al arco un manco,
ya que la modalidad de aquel tiempo era la W inglesa y se ponían 5 jugadores en
cada campo; los arqueros, que eran bajos y elásticos, no eran los dueños del área y por esa razón,
Brown, que era back, podía jugar alternativamente de nueve y al criquet
y convertir goles de cabeza. Debieron esperar hasta la década del 30,
exceptuando el indiscutible reinado de Tesoriere, para que apareciera Sebastián
Gualdo e implementara su juego de anticipación y descuelgue de los centros
aéreos.
El último factor, al margen de
lo técnico y estratégico, fue el que dio lugar al Profesionalismo: mas allá del
aparente amateurismo, los equipos mas adinerados podían contar, oficialmente,
con nuevas figuras; ello empezó a marcar grandes diferencias entre los
combinados de Primera y aquellos que seguían fieles a sus actas y postulados
socialistas. Una vez mas, la política económica efervescente de los años
veinte, favoreció a este movimiento y la comprensión del espectáculo del fútbol
como fenómeno de masas, promovió la Liga Profesional (como alternativa de la
Amateur) para mantener el show en una
época caracterizada por la carencia de empleos y reclamos sociales.
Con su creación, se abolieron las clausulas cerrojo (que impedían los
pases libres y que favorecían los acuerdos de caballeros entre los
clubes, al margen del jugador) y el fútbol masivo se especializó por puesto y
carisma; ya no se vivía el ejemplo del manco Coe, quien jugaba de defensor en
Sportivo Barracas y tuvo que ir al arco porque eran 8 y Laforia se había ido al
Alumni. El presidente ya no jugaba de forward, de half o de ala, si era
necesario. Los ídolos fueron reemplazados paulatinamente, como el caso de Manuel Seoane, para muchos, el “Maradona de los veinte”, para dar lugar
a otro tipo de fenómeno, mas taquillero pero sin distribución del ingreso.
La “Chancha” fue la ejemplo del
nuevo rumbo y el debate que hoy nos divide a los argentinos ( romanticismo o
evolución; lírica o eficiencia): en
ocasión de un amistoso en Chile, se
tomó un bidón de “aguarrás creyendo que era naranjín”; estuvo
dos días al borde de la muerte y sobrevivió pero no pudo ser el mismo: el
laburo de toda su vida (en una textil) y la dura conciencia de que ya no le
daba el físico, le llevaron al retiro. Recibió
una casa por colecta popular y termino sus días como jubilado, cuidando las
instalaciones deportivas del Club Atlético Independiente.
A la postre, el cambio conceptual, garantizado por el Gobierno, influyó
profundamente en la vida de las instituciones bolsillos de los dirigentes:
por él se retiró Tesoriere, a los 29 años.
Orsi se fue a Italia. Llegó Lángara. Amenazas de sobornos y de árbitros
comprados echó por tierra a los ideales originales. Los DT eran seleccionadotes
de jugadores players (tachar); la prensa empezó a colaborar con la edificación
de los mitos y las estadísticas; los socios fundadores, veían como sus clubes
se les escapaban de las manos; después de todo, como decía Sábato: “Y a la
final, pibe, se diga lo que se diga, lo que se persigue en el fóbal es el
escore”.
A fines de la década del treinta se vivieron dos años sin que en la
Liga Argentina de Futbol se diera un cero a cero. Fue la época de la lírica y del futbol
superlativo, en la que los clubes inauguraron estadios River o Boca pero
los jugadores rutilantes siguieron siendo clase media. En los 40 éramos tricampeones sudamericanos y
se batían récords pero Sastre se iba a Brasil y Di Stefano a Colombia-Madrid,
para no volver. Otros ponían
concesionarias, inmobiliarias o trabajaban como los amateurs en empresas
estatales (ej. Lazzatti, Pescia).
Los goles nos hicieron creer algo que no éramos: Messis, pero sin
Iniesta, sin Guardiola, sin Nou Camp; la cuatrilogía perfecta jugadores
técnico culo y dirigencia necesaria
para cualquier éxito deportivo. Amadeo
fue el Maestro y el Mejor, pero se comió seis en Suecia; los tanos del catenaccio
se llevaron a Angelillo, a Maschio y a Sivorí; los goles checos, otra vez seis,
nos hicieron creer que la vía era otra: apareció Lorenzo y el paradójico futbol
espectáculo; el vaso lleno hacía temblar al vacío. En la incertidumbre, un libro
deportivo-sociológico ejemplificaba en un título (“la dinámica de lo
impensado”), una Era que había empezado, quizá, con el mismo Watson
Hutton. Porque mas allá de las
habladurías y de las recetas (que Panzeri había defendido y defendia), toda la
Historia del Futbol argentino, hasta ese momento, se resumía en un zurdazo de Cárdenas que
era derecho.